A las puertas de una reforma electoral

El sistema político se está deteriorando al ritmo en que se están deteriorando otras instituciones. Esto es peligroso, porque ese es el ambiente en el que se cultivan la violencia y la dictadura; y por eso urge una reforma electoral que fortalezca el sistema republicano.

Se dice que en chino, la palabra crisis es la misma para oportunidad; pero a sabiendas de que es cliché y de que no es cierto, deberíamos aprovechar que los chapines hemos madurado bastante en algunos aspectos cívicos (después del serranazo, después de las jornadas de mayo de 2010 y luego de las amenazas que sufrió la Constitución antes de los comicios recién pasados).

Urge una reforma que consolide el sistema republicano, que acabe con los privilegios, que fortalezca la facultad de elegir que tienen las personas, que opere en favor de los mandantes, y que aproveche el entusiasmo que la gente vuelca en las elecciones. Una para antes de que el descontento sea violencia.

Digo que los partidos deben ser financiados por sus simpatizantes y adeptos; y no por tributarios. Si los partidos solo pueden vivir de la teta del presupuesto del Estado, esas organizaciones no tendrán incentivos para ponerse serios y atraer verdaderos patrocinadores que se sientan comprometidos –hasta con sus billeteras– con los valores de las organizaciones a las que apoyan.

El número de diputados debe ser reducido y no es cierto que un Congreso de 150 diputados vaya a ser menos comparsa que uno de 200. Hay que trabajar en la calidad de los diputados y en la de las organizaciones políticas que los llevan al Congreso, antes de cualquier otra cosa.

No hay que temerle al bipartidismo, o al multipartidismo si son consecuencias de las preferencias de los electores y de la maduración del sistema político; en cambio, hay que sospechar de cualquiera de los dos si son consecuencias de incentivos artificiosos.

Las campañas deben durar lo que deban durar. Los electores, con sus votos, serán los que premien, o castiguen a los políticos; y parte de lo que entusiasma, o decepciona a los que votan es la calidad y la cantidad de información que reciben de aquellos que quieren sus votos. No es sano establecer límites arbitrarios a la cantidad de tiempo y espacio que deben ocupar las campañas.

Esta columna fue publicada en El Periódico.

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