El país del abuso, las colas y la humillación

El jueves pasado, cuando regresaba de la playa, me encontré con que para pasar por el acceso al Puerto Quetzal, los que van rumbo al mar tienen que pagar una cuota. Y entonces se arma un cuello de botella en esa área, que detiene no sólo a los vacacionistas, sino a los trailers que llevan productos al puerto.

Es una cola absurda y arbitraria -creada por la municipalidad local- que estropea la experiencia de viajar por la autopista y que consituye una falta de respeto y un abuso contra viajeros, transportistas y otros usuarios de esa vía. Es pura expoliación agravada con la afrenta de una larga e innecesaria cola bajo el sol abrasante.

El mismo fenómeno se da en las garitas de la autopista -en parte porque la infraestructura es insuficiente; y en parte porque a la mara no se le ocurre regresar temprano, o regresar más tarde de sus vacaciones.

Otras colas -muy humillantes- son las que tienen que hacer los padres de familia en los establecimientos escolares estatales para inscribir a sus hijos. Ayer leí que la gente se pasa entre dos y tres días acampando frente a las escuelas.

Algo parecido, e igual de indigno, les ocurre (¿o les ocurría?) a los ancianos que acuden al Centro de Atención Médica Integral para Pensionados, del monopolio de la seguridad social estatal, donde tienen que hacer colas, esperar de pié y enfrentar a funcionarios y empleados agresivos y ofensivos.

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