Laurent Gbagbo no es cualquier cosa; es doctor en Historia por la Universidad de Paris-Diderot, fue activista del socialismo y profesor universitario; se hizo de un nombre respetable al ser puesto en prisión por su oposición a la dictadura de Felix Houphouët-Boigny.
Después de una brillante carrera académica y política, se malogró cuando se convirtió en un dictador obsesivo que se aferró al poder, durante 10 años, hasta que ya no le quedó otra, a pesar de su derrota en las urnas. Derrota que no fue aplastante, porque 46 por ciento de los electores votaron por él. Alessane Ouattara fue el ganador de aquellos comicios y él tiene la tarea de pacificar una sociedad que ha estado envuelta en un conflicto sangriento que ha dejado más de 2 mil víctimas.
¿Qué es de Gbagbo? El y su esposa, Simone –considerada la mano dura del régimen– fueron detenidos y están en un cuartel. Según Ouattara, Laurent, su señora y sus colaboradores serán procesados judicialmente; y ha sido conformada una comisión de la verdad y la reconciliación.
La historia está simplificada, por cierto; pero yo veo varias lecciones en ella: como escribió Lord Acton, el poder tiende a corromper, y el poder absoluto corrompe absolutamente. Deshacerse de una dictadura es más difícil y sangriento que contribuir –por acción, u omisión– al establecimiento de una. Si se pierde el respeto a la institucionalidad, y a la Constitución, una dictadura puede llevar a otra, y a otra. La polarización puede convertirse en violencia. Detrás de un dictador, muchas veces hay una señora brava.
La preservación de la república y sus instituciones, pues, debería ser de interés para aquellos que entienden que no es posible la prosperidad sin cooperación social pacífica. Y por eso es que para la preservación de la república, y sus instituciones, son inútiles las elites clientelistas, pusilánimes y serviles. Cualquiera con dinero para hacerlo puede juntar un millón o dos millones de peticionarios para cualquier disparate. Y cualquiera, con dinero de los tributarios y algo de talento, puede obtener 40 por ciento de votos. Empero, la institucionalidad y la constitucionalidad no deben ser rendidas frente a la demagogia. Una república sana no es una veleta que se voltea a donde sopla el viento; sino una en la que se respeta la Constitución.
Por eso es que, como canta Toto, I bless the rains down in Africa.
Esta columna fue publicada en El Periódico.