Alvaro Velásquez cree que la filosofía objetivista no es la adecuada para entender la historia guatemalteca y su producto histórico: un estado clientelar forjado a sangre y fuego, donde la intolerancia cumplio un rol atroz.
Pero honradamente, pocas filosofías son tan claras y tajantes contra los privilegios (clientelismo) y contra el uso de la fuerza (sangre y fuego) en las relaciones sociales. La escuela austríaca, que Velásquez descalifica en su artículo de hoy, también es clarísima contra los privilegios y contra el uso de la fuerza en las relaciones sociales.
Ambas corrientes insisten e insisten en que todos, sin excepción debemos ser iguales ante la ley y que no debe haber leyes especiales ni para individuos, ni para grupos de individuos. Leyes que permitan que unos tengan más derechos que otros, ni leyes que permitan que unos tengan derechos distintos a otros. Ambas corrientes insisten e insisten en que el bienestar -y la sociedad propiamente dicha- sólo son posibles como consecuencia de relaciones pacíficas y voluntarias.
La literatura objetivista y austríaca está llena de explicaciones al respecto; y en ese sentido, no me explico cómo es que la propuesta de Velásquez en el sentido de entrarle en serio a la lucha contra los privilegios riñe con los ideales objetivista y austríaco.
Basada en una propuesta del austriaco Friedrich A. Hayek, ProReforma hizo una propuesta audaz y descarada para entrarle en serio a la lucha contra los privilegios y propuso un artículo consititucional que dijera en ningún caso el Senado o la Cámara de Diputados emitirán Ley o decretos arbitrarios o discriminatorios, en los que explícita o implícitamente se concedan prerrogativas, privilegios o beneficios que no puedan disfrutar todas las personas que tengan la oportunidad de hacerlo. ¿Quién más ha hecho propuesta semejante?
Para el objetivismo, egoísmo quiere decir que cada individuo tiene derecho a su vida; pero no a las de los demás. ¿Cómo puede ser que -histórica, o ahistórcamente- este principio no sea uno que pueda contribuir a elevar la calidad política. De verdad y ya en serio, ¿no tendríamos una mejor sociedad, y una mejor política, si cada quién pudiera perseguir su felicidad, sin dañar a otros?