Orejas de Venus y recuerdos de otros tiempos

Mi padre preparaba los abulones u orejas de Venus con cebolla picada, aceite de oliva, mostaza y un poco de sal si hacía falta; y así lo hicimos el domingo, en casa.  El lo compraba enlatado y decía que el mejor era el abulón peruano que ofrecía resistencia al diente.  ¡Y que razón tenía!  Este que hicimos era mexicano y, aunque su sabor era muy parecido al que compraba mi padre, su consistencia casi estropeó la experiencia.

Con todo y todo, estuvo sabroso.  La última vez que comí abulón fue en Taiwán a finales del siglo pasado; y la última vez que comí uno preparado por mi padre fue antes de 1986, de modo que el del domingo me trajo muchos recuerdos.   La receta, por cierto, no era de mi padre originalmente, sino que a él se la dio su amigo y médico de la familia, el doctor Carlos Sánchez; y a mí me cae en gracia que a los abulones los llamen orejas de Venus porque ciertamente parecen grandes orejas, muy indignas de la diosa.  A mi padre también le gustaban en salsa de ostras, y así los pedía en sus restaurantes chinos favoritos que eran Cantón, en la Quinta avenida de la zona 1; y El encanto, en la Séptima avenida de la zona 4.

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