23
May 25

Historia tras un peso de plata

 

Paseando iba yo por la calle principal de Chajul, cuando me llamó la atención una señora muy elegante que lucía un chachal galán y la pieza principal de aquel collar era un peso, de plata, con la efigie de Rafael Carrera. No pude evitar ver con atención la moneda y, al notarlo, la señora me dijo: Él sí fue buen presidente.

Piety, Power and Plitics, por Douglas Sullivan-Gonzalez.

Entonces me di cuenta de lo poco que sabía de Racacarraca, apodo que le dieron los liberales constructivistas. ¿Por qué ese apodo? Porque se decía que no sabía escribir y que firmaba de esa forma. Pero eso no es cierto.

Como la vida da giros fascinantes, el año pasado mi amiga, Rachel, me regaló Piety, Power and Politics, libro de Douglas Sullivan-Gonzalez. De mis clases de historia más tempranas, recuerdo que uno estudiaba que Mariano Gálvez había fracasado en su gobierno porque había prohibido los enterramientos en las iglesias, había impuesto el Código de Livingston y había sido acusado de envenenar las aguas con Vibrio cholerae. Creo que la historia ha sido injusta con Gálvez y que debería ser mejor valorado.

Algo que no sabía es que Carrera enfrentó revueltas indígenas por sacar los cementerios de las poblaciones y la prohibición de los enterramientos en las iglesias. Yo pensaba que este último asunto se refería a enterramientos eventuales, como los que uno ve en iglesias notables en la ciudad de Guatemala. Pero no… esos enterramientos eran generalizados, se hacían bajo el suelo de las iglesias y en los patios en circunstancias higiénicas deplorables.

S-G cita a John Lloyd Stephens, a quien se le heló la sangre durante la sepultura de un niño, debido a que, para que el piso de la iglesia no se hundiera, el enterrador aplastó el cuerpo de forma brutal. En muchos casos, los enterramientos se hacían de forma tan hacinada que emanaban fetidez y ponían en riesgo la salud.

Tanto los liberales constructivistas como los conservadores en tiempos de Carrera enfrentaron revueltas por la prohibición de aquellos enterramientos y por el traslado de los cementerios a las afueras de las poblaciones, ya que a los indígenas les gustaba tener a sus muertos cerca. Esto no sorprende porque S-G cita a Linda Schele y a David Freidel para explicar que los mayas clásicos enterraban a sus muertos bajo piedras de sus patios, de modo que sus ancestros pudieran estar cerca de los vivos.

Esto no es raro en la humanidad. S-G cuenta que en Francia, entre los siglos XVII y XVIII, los muertos eran enterrados en iglesias y en cementerios bien integrados a las poblaciones, de modo que los muertos continuaran siendo parte de la comunidad. Allá también hubo revueltas, al grito de ¡Muerte al cementerio!, contra las disposiciones revolucionarias que prohibían aquellas prácticas.

¿Por qué te cuento esto? Porque la semana pasada, Ricardo Sondermann ofreció una conferencia sobre Winston Churchill en la Universidad Francisco Marroquín y recordó que el Bulldog Británico recomendaba estudiar historia. Esa era mi materia favorita en el colegio y en la universidad; y su estudio, sobre todo cuando uno ve detalles —como las revueltas citadas, que siempre creí que se daban solo en tiempos de los liberales constructivistas, pero que también tuvieron que enfrentar los conservadores—, siempre es fascinante.

Dice S-G que, aunque el triunfo de Carrera benefició algunos intereses de la iglesia, muchos curas se vieron perjudicados. Por siglos, los clérigos habían lucrado con la religión popular y habían favorecido los enterramientos en las iglesias (a cambio de pagos); pero para 1830 y 1850, el conocimiento científico advertía del peligro sanitario, lo cual no evitaba los enterramientos clandestinos.

Un peso, con la efigie de Rafael Carrera.

¿Qué podemos aprender? Que las reformas que ignoran las normas culturales profundamente arraigadas tienden a fracasar, porque subestiman el conocimiento implícito en las tradiciones. Las intervenciones estatales que buscan imponer soluciones universales, sin considerar el conocimiento local y las tradiciones, suelen generar consecuencias no intencionadas, como revueltas, o prácticas clandestinas. La historia, con sus detalles y matices, nos enseña que el cambio debe dialogar con la cultura, no imponerse sobre ella.

Columna publicada en República


11
Sep 09

Arzú se peló

El dios del Palacio de la Loba se peló ayer en el Congreso. El alcalde de la ciudad de Guatemala, Alvaro Arzú, añoró a dictadores como Rafael Carrera y Justo Rufino Barrios, porque uno le dio forma al estado y otro modernizó al país. Instó a la instauración de un modelo cívico militar en la educación, modelo que, según él, le permitiría inculcar valores cívicos de convivencia, respeto y disciplina y, por ende, restablecer la autoridad de las instituciones.


Dijo cosas como que la democracia tiene sentido cuando es debidamente dirigida, y que el modelo de educación cívico militar permitiría reencausar a la juventud. Y, por supuesto, tenía que echarle su chinita a la Prensa; ya que dijo que la crisis de valores está presente en todo nivel: la familia, la iglesia, los partidos políticos, la empresa y la Prensa.

Lo que le faltó decir, al Expresidente es “I am holyer than thou”; y por eso es que yo podría darle forma al estado y modernizar el país; y hacer de los jóvenes un ejército ordenado de sumisos, obedientes y disciplinados contribuyentes. Ideales para que las autoridades puedan hacer con ellos lo que se les antoje, bien entrenados y bien imbuidos de los valores que las autoridades les inculquen.

¿Por qué es que no me extraña que hace poco vi un anuncio de Tu Muni, o del Partido Unionista, que usaba el himno fascista Cara al sol?

En lenguaje del siglo XX, las palabras de Arzú reflejan el pensamiento propio del conservadurismo más rancio para el que los valores ya están escritos en piedra y para el que el orden debe prevalecer sobre la libertad para que no haya inestabilidad, ni haya imprevistos. Para que todo permamanezca y para que no haya cambios. Empero, ¿por qué es que un personaje como Arzú admira a Carrera y a Barrios, que supuestamente se hallan en extremos opuestos del espectro filosófico/político chapín?

La respuesta la hallamos en el lenguaje del siglo XXI, porque las palabras de Arzú reflejan el pensamiento propio de los stasists.

En 1998, y en un libro que se llama The future and its enemies, Virginia Postrel explicó que las viejas etiquetas ya no funcionan e identificó a dos grandes grupos. Los devotos de la stasis o sea los que no quieren cambios y prefieren sociedades controladas y uniformes que sólo cambian con el permiso de alguna autoridad centralizada; y los dynamists que prefieren sociedades con fines abiertos en los que la creatividad y el emprenderurismo operan sobre reglas impredecibles y generan el progreso de forma impredecible.

Sólo en aquella stasis es posible la colaboración cómoda de plutócratas que creen que el país debería ser gobernado como se administra una empresa; militares que creen que el país debería ir hacia un solo objetivo común, como si fuera un ejército; exguerrilleros que creen que el país debería marchar por el camino que trazaron Marx, Lenin, o Mao; indigenistas que creen que su cosmovisión es superior a cualquiera otra; y de tecnócratas e intelectuales que creen que deberíamos tener un interés nacional multi e interclasista en el que tengamos tareas específicas a desempeñar como parte de un plan con fases que nos incorpore a todos. También expresidentes que creen que hay que inculcar valores y que hay que restablecer la autoridad.

Los dynamists, en cambio no están unidos por una agenda política común, sino por el entendimiento de que la sociedad es un orden complejo de procesos evolutivos tales como la investigación científica, la competencia en el mercado, el desarrollo artístico, y los inventos tecnológicos. Los dynamists creen que la evolución social es una serie infinita de posibilidades abiertas. Para los dynamists, la libertad es más valiosa que el orden, y para ellos, los valores se descubren a lo largo de un extenso proceso de pruebas y errores.

En el siglo XXI, los que le tienen miedo al futuro y al cambio, están enfrentados con los que saben que todo cambia, y que podemos ser parte del cambio. Están enfrentados con los que en vez de aferrarse a lo conocido, no le temen a explorar lo ignoto. Están enfrentados con los que ya se dieron cuenta de que si seguimos haciendo lo de siempre, fracasaremos como siempre.

Los stasists le tienen miedo al futuro si no lo controlan todo, y los dynamists disfrutan cada paso hacia lo desconocido y hacia lo que no está bajo el control…de gente como Arzú.