25
May 15

No, a una Asamblea Constituyente

Convergencia de los Derechos Humanos

Afortunadamente, la gente está saliendo y debe seguir [saliendo a manifestar] para hacer un cambio definitivo en el sistema que mantiene esta clase política totalmente agotada, dijo el constitucionalista Jorge Mario García Laguardia al referirse a las manifestaciones pacíficas que se celebran en Guatemala desde el 25 de abril pasado.

El exmagistrado de la Corte de Constitucional reconoció la importancia de las manifestaciones para empujar el proceso que se vive en Guatemala.  Personalmente sostengo, como ya lo sospechan los lectores frecuentes de este espacio, que sin esas manifestaciones todo hubiera quedado en pactos políticos secretos y costosos para los guatemaltecos.

En la entrevista citada, García Laguardia hizo otras observaciones que vale la pena destacar:

En cuanto a reformas a la Constitución yo estoy en contra, la Constitución es buena, es una de las mejores de América Latina, lo que pasa es que no se ha cumplido ni desarrollado. Mientras no se cumpla y no se desarrolle, ¿por qué la vamos a cambiar? Por supuesto que hay algunas cosas que habría que ajustar y hacer unos pequeños cambios, pero con la deplorable clase política que tendría que hacer esas reformas, esto sería un riesgo totalmente terrible, dijo.

Con respecto a la posibilidad de suspender las elecciones de septiembre próximo, explicó que cumpliendo con la ley, es imposibleLa ley ya establece las fechas y ya está planteado. Lo que pasa es que muchos ciudadanos no tenemos candidatos, hemos llegado a ese límite, que la misma clase política ha provocado.

Muy oportunas las observaciones del jurista porque el 22 de mayo pasado un grupo de organizaciones que se denomina Convergencia por los derechos humanos -con un lenguaje muy particular- publicó un documento en el que pide:

1. La renuncia del presidente Otto Pérez Molina, con lo cual uno no puede sino estar de acuerdo; pero pide, además, la del recién electo vicepresidente Alejandro Maldonado. Nunca he sido fan de Maldonado; pero tampoco creo que los grupos de interés no deben tener la facultad de impugnar ese tipo de selecciones sólo porque no les gustan los resultados y hasta que quede un candidato a la medida de sus exigencias políticas particulares.  Por el record de los firmantes del documento, sospecho que la dirigencia de la mayoría de esas organizaciones no quedaría contenta hasta que fuera electo alguien vinculado con la exguerrilla.

2. La reforma del proceso electoral y de partidos políticos, con lo cual uno no puede sino estar de acuerdo, con el caveat de que tal reforma se aplicaría hasta las elecciones de 2019 y no tendría efecto en los comicios que vienen.  Pero las agrupaciones también piden la suspensión del proceso electoral, lo cual, como dice García Laguardia, es ilegal. Tal movida implicaría un rompimiento del orden constitucional y legal que haría de una crisis razonablemente complicada un río revuelto de consecuencias insospechadas. Algunos comentaristas de moda se refieren con sarcasmo al sagrado orden constitucional en lo que sospecho que es un intento por desvirtuar el contenido del estado de derecho y facilitar procesos de descomposición como los que se han vivido en Venezuela, por ejemplo.

3. La convocatoria a una asamblea nacional constituyente con el propósito de rescatar las reformas constitucionales pactadas con la guerrilla, a los que los guatemaltecos ya les dijimos No, en 1999.  ¿Qué pretenden aquellos grupos? Necear con aquellas reformas hasta que consigan un resultado que favorezca sus intereses?  Como sus compas en Venezuela, Ecuador, Bolivia y Nicaragua, las organizaciones de Convergencia por los derechos humanos quieren usar procedimientos democráticos para acabar con las simientes de un sistema republicano y establecer regímenes a su medida.

Por cierto, entre los patrocinadores de Convergencia está la Oficina de Derechos Humanos del Arzobispado de Guatemala.  ¿Que piensan de eso las personas que financian a la jerarquía católica y, con ello, a aquella oficina?


25
Jun 08

La CIDH y…¿quién mató al Obispo?

Si yo fuera miembro de la Comisión Interamericana de los Derechos Humanos, me compraría el libro Quién mató al Obispo y lo leería con detenimiento.

La CIDH seleccionó a cinco finalistas para el cargo de relator especial para la Libertad de Expresión, y entre ellos se encuentra Ronalth Ochaeta, ex director de la Oficina de Derechos Humanos del Arzobispado de Guatemala y ex embajador de la administración de Alfonso Portillo en la Organización de Estados Americanos.


19
Feb 08

Van dos a dos

“Es lamentable que una persona que tenía tantas deudas con la ley no haya pagado por ellas. No tuvo justicia en el mundo, pero será Dios quien le pida cuentas”, dijo Nery Rodenas, director de la Oficina de Derechos Humanos del Arzobispado, al comentar la muerte del general Germán Chupina, que dirigió la Policía Nacional durante la presidencia de Romeo Lucas.

“Carmen Aída Ibarra, analista de la Fundación Myrna Mack, señaló que Chupina es el segundo de los acusados en la justicia española por delitos de genocidio, que muere sin enfrentar un juicio. El primero fue el ex presidente Romeo Lucas, quien falleció en Venezuela, en abril del 2006”.

Puestas así, las cosas, veo que el asunto va dos a dos. Sin enfrentar la justicia, y en la tranquilidad de sus hogares, murieron los excomandantes guerrilleros Rolando Morán y Rodrigo Asturias; e igualmente se han ido Chupina y Lucas.


03
Sep 07

¿Quién mató al obispo? ¡Segunda edición!

La segunda edición de ¿Quién mató al Obispo?, la investigación ineludible sobre el asesinato de Juan Gerardi, por los periodistas Bertrand de la Grange y Maite Rico ya está en Guatemala.

La distribuye Artemis y es una edición española con un epílogo diferente.

En 2003, cuando salió la primera edición, esto es lo que escribí acerca de esta importante obra.

El 27 de abril de 1998 yo estaba en la Universidad de Maryland. Cuando llegué a la oficina, y abrí mi correo electrónico, me encontré con varios mensajes acerca del asesinato del obispo Juan Gerardi. Mi primera reacción fue: ¡Que brutos! ¿A quién se le ocurre matar a un obispo? Luego me pregunté: ¿A quién puede beneficiarle esta mulada? Y entonces pensé: A lo mejor no es mulada. Alguien va a sacarle provecho a esto. Acto seguido pasé vergüenza y media, tratando de explicarles a mis compañeros y maestros en qué clase de país era brutalmente asesinado un obispo.

El asesinato Gerardi nos tocó a todos los guatemaltecos y nos persigue. A mí, porque soy periodista, porque lo entrevisté en Libre Encuentro y porque vi de cerca la cobertura de las investigaciones y del juicio. Por eso, y porque se quienes son Maite Rico y Bertrand de la Grange, he esperado con ansias su libro ¿Quién mató al Obispo?

La obra es un reportaje extraordinario; en el que, como Beatriz y Virgilio, los autores nos llevan por un círculo tras otro de revelaciones perturbadoras e infernales. Es la prueba (como si hiciera falta) de que existe el mal. Pero no sólo el mal aleatorio en circunstancias extraordinarias; sino la perversidad misma, que engendra acciones deliberadas, ejecutadas por personas específicas, y dirigida contra seres humanos convertidos en objetivos. La mafia, una sobrina vengativa, militares conspiradores, curas oportunistas y corruptos, diplomáticos y funcionarios internacionales hipócritas y shutes, testigos increíbles, amigos traidores, médicos inescrupulosos, jueces venales y cobardes, fiscales serviles y funcionarios trepadores de la iglesia se mezclan en una trama horrible alrededor de sus víctimas. Trama que no sólo es espeluznante, sino que confirma que la realidad supera a cualquier ficción.

Todo el libro es un torbellino. Pero a mí me impresionaron más la conspiración familiar alrededor de los Lima; la descalificación orquestada contra el experto Reverte; la ocultación de las mordidas de Balou, la indolencia de los jueces frente a los testimonios sospechosos de los indigentes y el origen de la matrícula P-3201; las vidas sórdidas de los Hernández y los Orantes; la historia triste de Villanueva. Usted escoja, y hay más.

En medio de todo, lo que más indigna es el desafortunado encuentro de intereses comunes entre el crimen organizado y la Oficina de Derechos Humanos del Arzobispado [de Guatemala]. Encuentro que muchas veces ha sido pasado por alto y hasta apañado por los socialistas que hacen activismo en las redacciones y por la jerarquía de la iglesia. Yo hace ratos que soy católico de atrio; pero si fuera un católico comprometido, dejaría de dar limosnas en misa, y de contribuir con la iglesia, hasta que no sea cerrado ese engendro espantoso que es la ODHA[G].

A aquella coincidencia de intereses se le une en calidad de indigna la actitud de los jueces y fiscales empeñados en adherirse a una sola línea de investigaciones en el proceso. “No nos confundan con hechos”, parecían decir. “Nosotros ya tenemos toda la verdad necesaria”. Y con esa actitud uno no puede sino estar convencido de que este proceso ha sido corrompido y que es una vergüenza para la historia judicial guatemalteca.Claro que los implicados y sus amigos ya han empezado con la usual campaña de descalificación, a falta de hechos y argumentos. Que si los autores trabajaron a sueldo, que si son de derechas, que si esto y que si aquello. Pero lo cierto es que cualquiera que examine sus credenciales encontrará en Maite Rico y Bertrand de la Grange a dos periodistas profesionales, con largas y brillantes trayectorias en El País y Le Monde, así como en América Latina. Ambos han escrito uno de los libros más importantes sobre la historia moderna de Guatemala.

La obra hace evidente que, aunque la paz fue firmada hace años, la guerra todavía está activa. El libro le da una perspectiva necesaria a la historia reciente de los guatemaltecos y le añade elementos imposibles de ignorar. Nos desnuda a los chapines y nos debería poner a meditar profundamente. Si no ha leído ¿Quién mató al Obispo?, cómprelo, pídalo prestado, o lo que sea; pero hágalo preparado para presenciar la autopsia de un crimen y para sentir una profunda angustia. Luego, reflexione.

En la foto: Bertrand de la Grange, Luis Figueroa y Maite Rico.