Estamos en plena temporada de anacates, o chanterelles, que son mis hongos favoritos; y desde que era niño me gustaban su sabor, y particularmente su textura característica que ofrece resistencia. Son como hongos al dente.
Ahora son muy abundantes y se los encuentra en verdulerías, mercados y hasta en las calles; pero a finales de los 80 no eran tan comunes. A casa los llevaba una anciana de San Juan Sacatepequez, encantadoramente empacados en pequeñas canastas de hojas verdes y cada una de esas canastas era un pequeño tesoro. Antes de eso, cuando yo los conocí, eran todavía más escasos y en casa se servía un sólo plato y uno no alcanzaba a comer sino tres o cuatro sombrillitas.
Mi abuela y mis padres los preparaban con mantequilla, cebolla, sal, pimienta, jerez, perejil y maicena, que es como están hechos para los spaghetti de la foto; plato que serví, esta semana, para celebrar la llegada de dos amigos a la ciudad. Aveces, cuando no los sirvo así, uso anacates en crema sal y pimienta para los spaghetti.
También los he probado de dos formas chapinas: en pulique y con frijoles colorados. En ambos casos, la presencia de anacates hace que algo que ya es bueno, aunque común, se eleve a dimensiones epicúreas. En frijoles colorados son tremendos los anacates.
Los anacates vienen y van con la temporada de lluvias, así que se los encuentra entre junio y octubre.