Cuando conocí la idea de Uber me pareció fascinante por una razón: los gobiernos y los cárteles de taxistas se oponían a ella. Ahora me fascina porque la he probado y porque me parece una idea hayekiana llevada a la realidad; como la Wikipedia y como Waze. Esto es: un órden espontáneo que funciona sobre una plataforma de normas generales y abstractas, preexistentes. Funciona basada en la confianza y en la reputación. Es una tecnología que sacude al estatismo, como Bitcoin. El conocimiento está disperso; y la oferta y la demanda se encuentran sin planificación, y el funcionamiento es autoregulado. De alguna manera es una coperacha, como Indiegogo.
¿Cómo no fascinarse con estas tecnologías y las posibilidades que abren? A mí me hacen pensar que estas tecnologías y la empresarialidad sí podrían rescatar a la política como dice esa entrevista con Zachary Cáceres, del Startup Cities Institute.