Daños al Palacio Nacional

Aunque sea un símbolo del poder, le tengo cariño al Palacio Nacional y quisiera que algún día, en vez de aquello, lo fuera de libertad. Por eso me molesta mucho cuando la plebe, o los guerrilleros la agarran contra él.


Ocurre que, con alguna regularidad, los sectores populares llegan a ese edificio y lo pintan con spray. Con eso dañan su revestimiento verde hasta el punto de que hay espacios en sus paredes que se ven desteñidos en comparación con los que están fuera del alcance de los responsables de aquellos daños.

Ayer, grupos de estudiantes del Instituto Normal para Varones y del Instituto Adrián Zapata que preparaban la oficialista celebración del Día Mundial de la Paz, protagonizaron una riña durante la cual hubo quienes arrojaron piedras contra el Palacio; y una de esas piedras hizo impacto en uno de los hermosos vitrales que adornan el Salón de Banquetes. Esos vitrales son obras de arte preciosas y fueron hechos por Julio Urruela en 1942. Los vándalos no han de tener ni idea de lo que hicieron.

Por cierto que ca. 1987 tuve el gusto de conocer a don Julio cuando un colegio de señoritas le ofreció un homenaje y yo asistí en representación del noticiario Aquí el Mundo, que también iba a ser homenajeado en esa ocasión. Lo recuerdo como un hombre muy agradable y orgulloso de la obra que había dejado en el Palacio.

El Palacio ha recibido otros embates por parte de cafres. En marzo de 2008 un grupo de estudiantes que participaban en la Huelga de Dolores metió una carroza con fuego en el edificio y dañó el piso. Y en septiembre de 1980, los guerrilleros detonaron una carga explosiva en el Parque Central, frente al Palacio, con ello no sólo causaron daños materiales enormes en los vitrales; sino que asesinaron a personas que se hallaban en el área. Nunca olvidaré una foto en la que se veían pedazos de un cuerpo humano colgados de uno de los árboles en la plaza. El acto terrorista fue tan repugnante que la población reaccionó con una manifestación de repudio impresionante.

Por cierto que, en tiempos de Alvaro Arzú, el Palacio Nacional fue neutralizado y denominado Palacio Nacional de la Cultura. Acto irónico tomando en cuenta que los otros espacios culturales estatizados, como museos y teatros, están casi en el abandono. Ah, y el Palacio tiene un apodo: los chapines lo conocemos cariñosamente como El guacamolón, por su color.

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