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Mar 15

Popodrilos, pipirañas y cacaimanes

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Mis primeros recuerdos del lago de Amatitlán son de cuando era niño y con mis padres íbamos a pasar el domingo al chalet de mis tíos abuelos, Olga y Freddy. Siempre era una ocasión festiva; y en la lancha de ellos conocí el castillo de los Dorión, la silla del Niño, y un área donde había agua caliente y sulfurosa, cosas que a mí me maravillaban.

En mi adolescencia pasé fines de semana muy alegres en el chalet de mi tío Freddy (otro Freddy), que me enseñó a esquiar. Ya para entonces el lago estaba notoriamente contaminado y era costumbre que cuando salíamos de él, luego de bañarnos bien, mis padres nos aplicaban, a los niños, una solución de alcohol en los oídos para que no se nos infectaran.

Cuento esto porque le tengo cariño al lago, como seguramente se lo tienen los lectores. Y por eso es que me da rabia lo que ocurre con él, así como la irresponsabilidad y la codicia con la que se enfrenta su deterioro.

Lo más reciente es esa historia de que con una agüita que aparentemente es de pipiripau –a un costo de Q137 millones– el lago ya se está limpiando. Digamos que es cierto y démosle el beneficio de la duda a los que participan en el negoción. Digamos que lo que le están echando al lago es como el agua de Lourdes que cura desde la caspa hasta el ojo de pescado, pasando por el cáncer. Lo cierto es que ya lo dijo Roxana Baldetti: no está garantizado que el lago no vuelva a ser contaminado.

¿Cómo iba a ser de otra forma? Los popodrilos, las pipirañas y los cacaimanes de los habitantes de sus riberas y los de los de las municipalidades que están en las cuencas de sus afluentes llegan por toneladas. Otros contaminantes no paran de llegar. Si el agua de calahuala limpiara el lago, habría que repetir el proceso, ¿en cuánto tiempo? ¿A qué costo? El hecho es que si no se detienen las causas del deterioro, por más ajo y agua oxigenada que se le echen al lago, el problema va a continuar. Y el clavo es que no hay forma de obligar a las municipalidades de aquellas cuencas a velar por la obligación constitucional que tienen en cuanto a prevenir la contaminación, debido a que los bienes de aquellas son inembargables.

Columna publicada en El periódico.  En el Lienzo de Quauhaquehcollan, el icono para Amatitlán es una calavera.