Joe Biden, vicepresidente de los Estados Unidos de América vino presionar para tres cosas:
1. Que la presencia de la Comisión Internacional Contra la Impunidad en Guatemala sea prorrogada (a pesar de su fracaso);
2. La continuación de la Guerra perdida contra las drogas (a pesar de que en Washington D.C., la sede de su gobierno, el uso de la marihuana ha sido descriminalizado); y
3. Que se detenga la migración de guatemaltecos a su país (a pesar de que allá hay muchos empleos para los chapines que deciden buscar una vida mejor).
¿Cuál fue su argumento más persuasivo? Un millardo de dólares (muchos de los cuales son en préstamos que tendremos que pagar los tributarios) y que irán a parar a un Plan de Prosperidad mediante el cual muchos de los que lo administrarán podrán comprar casa en Monterrico, yate para el Río Dulce, o finca en quién sabe donde. Sospecho que será así, pero puede que me equivoque.
A muchos que les incomoda que Biden (o cualquier otro funcionario extranjero) venga a exigir cosas; pero…vienen porque los llamamos (¿Notaste que la palabra llamamos está en itálicas?). Vienen porque nuestros mandatarios los reciben con cara de Oliver Twist pidiendo más avena;
cuando no los reciben como Samantha, en Sex and the City: desnudos sobre una mesa y cubiertos con sushi.
La verdad es que personajes como Biden e intereses mezquinos como los citados arriba sólo tienen éxito porque los mandatarios locales siempre están bien dispuestos a doblar la cerviz y poner una rodilla en la tierra a cambio de dólares, o euros. Mientras los mandatarios y quienes los eligen sean mendigos, o regalados, ¿por qué no habría un desfile de Bidens listos para imponer sus agendas a cambio de unos pesos.
Y esto, por cierto…si no es diplomacia del dólar, ¿qué es?
La foto de Biden y los presidentes del Triángulo norte es de El periódico; la de Oliver la tomé de aquí; y la de Samantha, aquí