09
Abr 10

Los caballeros de Guatemala

Así veían las damas españolas a los caballeros de Guatemala en tiempos de don Pedro de Alvarado, según un relato del Inca Garcilaso de la Vega:

Desta jornada volvió casado a la Nueva España; llevó muchas mujeres nobles, para casarlas con los conquistadores que habían ayudado a ganar aquel Imperio, que estaban prósperos, con grandes repartimientos. Llegado a Huahutimallan, Don Pedro de Alvarado fue bien recebido; luciéronle por el pueblo muchas fiestas y regocijos, y en su casa muchas danzas y bailes, que duraron muchos días y noches. En una de ellas acaeció, que, [e] stando todos los conquistadores sentados en una gran sala mirando un sarao que había, las damas miraban la fiesta desde una puerta que tomaba la sala a la larga. Estaban detrás de una antepuerta, por la honestidad y por estar encubiertas. Una dellas dijo a las otras: “Dicen que nos hemos de casar con estos conquistadores”. Dijo otra: “¿Con estos viejos podridos nos habíamos de casar?” Cásese quien quisiera, que yo, por cierto, no pienso casar con ninguno dellos. Dolos al Diablo; parece que escaparon del infierno, según están estropeados: unos cojos y otros mancos, otros sin orejas, otros con un ojo, otros con media cara, y el mejor librado la tiene cruzada una y dos y más veces”. Dijo la primera: “No hemos de casar con ellos por su gentileza, sino por heredar los indios que tienen, que, según están viejos y cansados, se han de morir presto, y entonces podremos escoger el mozo que quisiéremos, en lugar del viejo, como suelen trocar una caldera vieja y rota por otra sana y nueva”. Un caballero de aquellos viejos, que estaba a un lado de la puerta (en quien las damas, por mirar a lejos, no habían puesto los ojos), oyó toda la plática, y, no pudiendo sufrirse a escuchar más, la atajó, vituperando a las señoras, con palabras afrentosas, son buenos deseos. Y volviéndose a los caballeros, les contó lo que había oído y les dijo: “Casaos con aquellas damas, que muy buenos propósitos tienen de pagaros la cortesía que les hiciéredes”.

El relato es de la segunda parte de los Comentarios Reales, del Inca Garcilaso de la Vega; y di con ella gracias a esta conferencia por el cuate Glenn David Cox. Esta descripción de los caballeros de Guatemala complementa las descripciónes de los guatemaltecos por José Milla y por Mario Monteforte.

El de la foto es Pedro de Alvarado.


16
Ago 09

Cuadros de costumbres: chapines bailando

Estas escenas me recuerdan un cuadro del pintor Ramón Banús. Los danzantes están en el Centro Comercial Peri-Roosevelt y si algún lector pudiera ayudarme con identificar la pieza que están bailando, sería buenísimo.
La idea de Cuadros de costumbres, en Carpe Diem y en homenaje al escritor José Milla, será la de retratar escenas de la vida cotidiana chapina.

22
Jun 09

…¿y si sólo leyera pintas?

¡Hijos!, y si sólo leyera pintas, en vez de diarios, ¿con qué me encontraría? Con pintas como esta y con consignas seteneteras. Pero yo la tengo contra las pintas porque desde chiquito sabía que quien pinta pared y mesa, demuestra su bajeza.

Además, si no leyera diarios, cómo me enteraría -en un sólo paquete- de donde es que hay las ofertas que me convienen, a qué deudos debería irles a dar el pésame, quiénes de mis amigos talentosos están ganando premios, o participando en exposiciones y cosas así.
Los diarios, además, tienen para mí un gusto especial. Me place, de sobremanera, desayunar mientras los leo. Ahora ya sólo estoy suscrito a uno (porque hay que reducir costos) y los otros les echo un ojo en la Web antes de ir a la oficina, para luego leerlos allá. Pero me resisto a dejarlos todos de una sola vez porque medisfruto mucho mi café con leche, mis panes de manteca, mis frijoles y mis huevos acompañados por el sonido de las páginas de un diario y por el placer de leer en papel. Y…es que a mí me gusta leer en papel.
Admitirá usted que no es lo mismo desayunar mientras uno lee pintas, que hacerlo con un periódico a la mano.
De todos modos y desde siempre, los chapines la han tenido con los diarios. Ahora no me crea; pero seguramente fue en alguna obra de Pepe Milla que leí que ya en el siglo XIX los guatemaltecos eramos muy tacaños con los diarios; y el célebre costumbrista contaba que era común que en una manzana uno de los vecinos estuviera suscrito a un diario y que todos los demás lo leyeran por turnos.
Leo diarios, con regularidad, dede que tenía unos ocho años. Pero ya antes estaba familiarizado con ellos. Recuerdo muy bien cuando tenía cerca de seis y mi abuelito Jorge me leía las tiras cómicas de no recuerdo si de El Imparcial, o de La Hora. El primero me incomodaba mucho porque era tamaño estándar; y recuerdo que mi padre trató de enseñarme a doblarlo como lo doblaban en el metro de Nueva York, según él para que yo lo pudiera leer con comodidad.
En casa de mis padres siempre se recibían dos diarios y en ellos fui descubriendo a los columnistas favoritos de mi niñez: Antonio Nájera, Jim Bishop, Guzmán de Alfarache, y Manuel José Arce. Y también tiras cómicas como El fantasma, Mandrake, Ojo Rojo, El príncipe Valiente, y otras.
Con un diario, mi abuela, Frances me enseñó a hacer crucigramas y mi tío Freddy me enseñó los rudimentos del ajedréz. Y resulté mucho mejor para los primeros que para el segundo.
Con un diario les enseñamos a Simón, a Manix y a la Panchita -los mejores perros del universo mundo- a no ensuciar la casa.
En un diario crecí, y en otro crecí más. En un diario ví la foto de mi nana, Elena, cuando era llevada por unos policías luego de una riña en una cantina (¿o me lo imaginé?); en diarios envuelvo mi vida cuando tengo que mudarme de un lugar a otro; y con un diario espantaré a los gusanos durante mi último viaje.
La verdad sea dicha, no cambio los diarios por las pintas.

22
Jun 09

…¿y si sólo leyera pintas?

¡Hijos!, y si sólo leyera pintas, en vez de diarios, ¿con qué me encontraría? Con pintas como esta y con consignas seteneteras. Pero yo la tengo contra las pintas porque desde chiquito sabía que quien pinta pared y mesa, demuestra su bajeza.

Además, si no leyera diarios, cómo me enteraría -en un sólo paquete- de donde es que hay las ofertas que me convienen, a qué deudos debería irles a dar el pésame, quiénes de mis amigos talentosos están ganando premios, o participando en exposiciones y cosas así.
Los diarios, además, tienen para mí un gusto especial. Me place, de sobremanera, desayunar mientras los leo. Ahora ya sólo estoy suscrito a uno (porque hay que reducir costos) y los otros les echo un ojo en la Web antes de ir a la oficina, para luego leerlos allá. Pero me resisto a dejarlos todos de una sola vez porque medisfruto mucho mi café con leche, mis panes de manteca, mis frijoles y mis huevos acompañados por el sonido de las páginas de un diario y por el placer de leer en papel. Y…es que a mí me gusta leer en papel.
Admitirá usted que no es lo mismo desayunar mientras uno lee pintas, que hacerlo con un periódico a la mano.
De todos modos y desde siempre, los chapines la han tenido con los diarios. Ahora no me crea; pero seguramente fue en alguna obra de Pepe Milla que leí que ya en el siglo XIX los guatemaltecos eramos muy tacaños con los diarios; y el célebre costumbrista contaba que era común que en una manzana uno de los vecinos estuviera suscrito a un diario y que todos los demás lo leyeran por turnos.
Leo diarios, con regularidad, dede que tenía unos ocho años. Pero ya antes estaba familiarizado con ellos. Recuerdo muy bien cuando tenía cerca de seis y mi abuelito Jorge me leía las tiras cómicas de no recuerdo si de El Imparcial, o de La Hora. El primero me incomodaba mucho porque era tamaño estándar; y recuerdo que mi padre trató de enseñarme a doblarlo como lo doblaban en el metro de Nueva York, según él para que yo lo pudiera leer con comodidad.
En casa de mis padres siempre se recibían dos diarios y en ellos fui descubriendo a los columnistas favoritos de mi niñez: Antonio Nájera, Jim Bishop, Guzmán de Alfarache, y Manuel José Arce. Y también tiras cómicas como El fantasma, Mandrake, Ojo Rojo, El príncipe Valiente, y otras.
Con un diario, mi abuela, Frances me enseñó a hacer crucigramas y mi tío Freddy me enseñó los rudimentos del ajedréz. Y resulté mucho mejor para los primeros que para el segundo.
Con un diario les enseñamos a Simón, a Manix y a la Panchita -los mejores perros del universo mundo- a no ensuciar la casa.
En un diario crecí, y en otro crecí más. En un diario ví la foto de mi nana, Elena, cuando era llevada por unos policías luego de una riña en una cantina (¿o me lo imaginé?); en diarios envuelvo mi vida cuando tengo que mudarme de un lugar a otro; y con un diario espantaré a los gusanos durante mi último viaje.
La verdad sea dicha, no cambio los diarios por las pintas.

28
Abr 09

Los chapines II

Luego de que la semana pasada publiqué la descripción de los chapines de acuerdo con Mario Monteforte Toledo; y que manifesté que me pareció injustamente negativa, ahora comparto con ustedes la que hizo José Milla y Vidaurre en su Cuadros de costumbres y a ver qué les parece:

El chapín es un conjunto de buenas cualidades y defectos, pareciéndose en esto a los demás individuos de la raza humana; pero con la diferencia de que sus virtudes y sus faltas tienen cierto carácter peculiar, resultado de circunstancias especiales.

Es hospitalario, servicial, piadoso, inteligente; y si bien por lo general no está dotado del talento de la iniciativa, es singularmente apto para imitar lo que otros hayan inventado. Es sufrido y no le falta valor en los peligros. Es novelero y se alucina con facilidad; pero pasadas las primeras impresiones, su buen juicio natural analiza y discute, y si encuentra, como sucede con frecuencia, a un objeto poco digno, le vuelve la espalda sin ceremonia y se venga de su propia ligereza en el que ha sido su ídolo de ayer.

Es apático y costumbrero; no concurre a las citas, y si lo hace, es siempre tarde; se ocupa de los negocios ajenos un poco más de lo que fuera necesario y tiene una asombrosa facilidad para encontrar el lado ridículo a los hombres y a las cosas.

El verdadero chapín (no hablo del que ha alterado su tipo extranjerizándose), ama a su patria ardientemente, entendiendo con frecuencia por patria la capital como la tortuga al carapacho que la cubre. Para él, Guatemala es mejor que París, no cambiaría el chocolate, por el te ni por el café (en lo cual tal vez tiene razón). Le gustan más los tamales que el vol-au-vent, y prefiere un plato de pipián al más suculento roastbeef. Va siempre a los toros por diciembre, monta a caballo desde mediados de agosto hasta el fin del mes; se extasía viendo arder castillos de pólvora; cree que los pañetes de Quezaltenango y los brichos de Totonicapán pueden competir con los mejores paños franceses y con los galones españoles; y en cuanto a música, no cambiaría los sonecitos de Pascua por todas las óperas de Verdi.

Habla un castellano antiquísimo: vos, habés, tené, andá; y su conversación está salpicada de provincialismos, algunos de ellos tan expresivos como pintorescos. Come a las dos de la tarde: se afeita jueves y domingo, a no ser que tenga catarro, que entonces no lo hace así le maten; ha cumplido cincuenta primaveras y le llaman todavía niño fulano; concurre hace quince años a una tertulia, donde tiene unos amores crónicos que durarán hasta que ella o él bajen a la sepultura“.

La foto es de la lápida de José Milla en el Cementerio General de la ciudad de Guatemala.