José María Álvarez, dilecto poeta murciano, falleció ayer en su natal Cartagena, España. Conocí a José María -y a su esposa Carmen Marí- cuando visitaron Guatemala y la Universidad Francisco Marroquín en 2017.
Me encantaron sus poemas, recopilados en Museo de cera; y Carmen me hizo el honor de incluirme en el grupo de Facebook Ardendísima donde he seguido sus aventuras; incuido el homenaje que recibió recientemente cuando, a un jardín, en Murcia, le fue dado su nombre. Es muy apropiado que un poeta de la talla de José María, recibiera un jardín.
Cuando estuvo aquí por supuesto que recorrimos la UFM, acompañados por Carmen y una amiga (cuyo nombre he olvidado, por desgracia). Luego paseamos por la ciudad de Guatemala. Visitamos la Plaza de la Constitución, el Mercado Central, una feria de libros este espacio, el Mapa en Relieve y Cayalá.
José María, además, era liberal, liberal clásico. Estudió cursos con Raymond Aron y conoció a Jean-Francois Revel, admiraba a Friedrich A. Hayek y a Ludwig von Mises. Estaba consciente de la influencia del colectivismo y del totalitarismo en el arte y en la intelectualidad del siglo XX. Él pagó el precio de sostener sus ideas liberales porque fue sometido a terrorismo cultural desde muy temprano en su carrera.
El mundo acaba de perder a un grande, y yo agradezco la dicha de haber compartido tiempo con él.
Coral, es un poema suyo que me gusta mucho:
El sacrificio ha sido favorable. Aristófanes
La gloria conquistada por los adolescentes. Píndaro
El otro día, hojeando un viejo álbum
de fotografías,
apareciste. En una playa
que ciega el sol (seguramente,
Le Lavandou), orgullosa y alegre
sobre las brasas
de aquel Verano.
Como un pinchazo
esa imagen me trae
algo de la pasión que sacudió esos días.
Contemplé largo rato la fotografía:
tus ojos dichosos, tu boca, esa
mano que
desenfocada
parece querer tapar el objetivo.
¿Te das cuenta? No has envejecido.
Dios sabe dónde
estarás, ni siquiera si aún vives. Pero ahí,
ah cómo brilla
intacta
tu sonrisa,
los crepitantes ojos del deseo.
Te había olvidado. Pero ahora
que esa fotografía te devuelve,
me doy cuenta de cómo la memoria
generosa
te había guardado sin decírmelo
para darme algún día
este regalo. Poder casi tocar
un instante de felicidad.
Tanto se ha ido…
y entonces apareces
tú,
en esa playa de la juventud,
y me haces este regalo,
la posibilidad
de que viva en alguien el que fui,
la imagen deseada de quien era,
esa que hasta yo mismo ya he olvidado.
Porque igual que la otra tarde tú viniste
puede que alguna vez, si tu recuerdas esos días,
de ellos emerja un joven mediterráneo y sonriendo
y recuerdes el placer de esas horas
y algo de la pasión que entonces
abrasó nuestros cuerpos
aún te toque.
Gracias.