La Tía Baby era empresaria. Tuvo gasolineras en Panajachel y tenía una en la Avenida Elena de la ciudad de Guatemala. Era bisnera y cocinera respetada. Su fiambre tenía devotos; y en varias ocasiones -sobre todo a principios de los 80- recuerdo haber gozado mucho sus tamales.
En mi niñez su nombre estaba asociado a dos facetas distintas: Los carros y banderas que regalaba la Shell en tiempos de Le Mans…y creo que también juegos de ajedrez; y fue ella..ella..quien cuando mi padre le contó que yo tenía muy mala letra, le aconsejó que me pusieran a hacer planas. Y me pusieron a hacer planas…que yo igual no hacía.
La Tía Baby me dio a probar guarapo, por primera vez; y me enseñó a no devolverles los boletos de las camionetas a los conductores porque se quedaban con dinero que no era de ellos. Una vez, en una excursión, uno de los niños que íbamos en el auto arrojó basura en la carretera e hizo que se detuviera el vehículo, para regresar y recojer el deshecho. De ella es la frase: El que es para vivir, es para vivir; y el que es para morir, es para morir. Era algo severa La Chata (ese era su otro nombre de cariño); pero a mí siempre me daba gusto verla. ¡Siempre! Una vez, hace años, me contó que había destruido todas sus fotos de jóven y a mí me dio tristeza eso.
Janet, que ese era su nombre, era hermana -de madre- de mi abuela, Frances; e hija de mi bisabuela, Adela. Nació en 1920 y murió a los 96 años.