05
Mar 09

Etapa 2 y El señor de las moscas

El martes pasado, 69 pandilleros y otros internos del Correccional Etapa 2 agarraron como rehén al profesor Jorge Winter, le arrancaron el corazón y le destrozaron el cráneo.  A Winter le abrieron el pecho y le sacaron otra víceras; y después de despedazarlo sus asesinos bailaron. Muchos de los involucrados en esta carnicería espantosa eran menores de edad; pero ¿eran niños?

Los actos terribles que cometieron los habitantes de Etapa 2, me recordaron la película El señor de las moscas, película que es un clásico del enfrentamiento entre la civilización y la barbarie, relacionada con la pérdida de la inocencia infantil. 

Por medio de la historia de un grupo de niños que queda abandonado en una isla desierta, la peli muestra el choque entre dos posibilidades de vida del ser humano: aquella que se funda sobre instituciones y normas, en la que las personas actúan pacíficamente pacíficamente en persecución de sus propios fines, y sin perjudicar los derechos de otros; y aquella en la que domina el deseo de satisfacer los los deseos propios mediante el salvajismo y la crueldad, en pleno desprecio por la vida y los derechos ajenos.

En El señor de las moscas se enfrentan el bien y el mal; y la civilización contra la barbarie.  Se enfrentan la razón y el instinto.  La ley y la fuerza.  A lo largo de la  película, se nota el deterioro del comportamiento civilizado de los niños, mismo que se convierte en brutal y salvaje.  Aquellos niños que, al principio de la película sólo son traviesos e irresponsables, pronto se convierten en tiranos arbitrarios y hasta en asesinos.  

En ausencia de normas y de la amenaza de coacción contra aquellos que violen los derechos ajenos, reinan la violencia y la fuerza, y de ahí en adelante lo que hay es caos, arbitrariedad y muerte.

En el contexto de los asesinatos de pilotos de camionetas; en el de las decapitaciones de Pavoncito en noviembre pasado; en el contexto de los asesinatos en las calles, y en el contexto de tanta y tanta impunidad, ¿a quién le extraña que un grupo de pandilleros le saque las víceras a un maestro en un correccional?  

¡Pues ahí está lo malo, que no nos extraña!  ¡Indignados, deberíamos estar!  ¡Asquéados, deberíamos estar!  La sociedad guatemalteca en pleno debería estar clamando por justicia para Jorge Winter, su esposa y sus niños huérfanos!  

A esos seres que son capaces de matar a alguien “porque ya había vivido mucho“, y luego pueden escarbar su cadáver para extraer sus víceras y bailar, la justicia debe removerlos para siempre de la sociedad.  

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