Daniel Mercado, un lector, mencionó que hay un toque de cinismo en eso de ver rostros místicos en pastelitos de canela, sartenes, paredes, ostras y demás. Su comentario me llamó mucho la atención porque desde que escribo en este espacio, he notado grandes dósis de cinismo en la blogosfera. Así que Mercado, que es jesuita y médico, me dejó picado. Me dejó pensando…¿soy también un cínico por haberle puesto atención a lo de Teresa de Calcuta? Y me respondo que talvez aveces, un poco. Pero estoy seguro de que no me gusta serlo. El cinismo es lo que ocurre cuando uno abandona, o descarta los ideales. Para un cínico lo que importa es lo práctico.
¡Ahí está!, me dije. Ahí está el remedio contra el cinismo. Si uno no abandona sus ideales y si no se entrega al pragmatismo, uno se vacuna contra el cinismo. Claro que eso es difícil en este mundo posmoderno en el que muchos aseguran que todo es relativo. Sin embargo, no es imposible. Mis ideales giran alrededor del sueño de una sociedad en la que se respeten los derechos individuales de todos y en la que todos seamos iguales ante la ley.
Sin importar lo que digan los cínicos, o los pomos, mi vacuna contra el cinismo (a pesar de panecillos de canela y todas esas cosas) es el sueño de una sociedad en la que se protejan nuestra vida, nuestra libertad, nuestra propiedad y, sobre todo ¡nuestro derecho a la búsqueda de la felicidad!; y en la cual sean eliminados todos los privilegios.