Me anima leer que hay un descenso en la intención de voto a favor de los diputados de la Unidad Nacional de la Esperanza (UNE).
Siendo que la UNE encabeza las encuestas, en cuanto al voto presidencial, ojalá que muchos votantes se den cuenta de lo importante que es no poner todos los huevos en la misma canasta, o sea: no darle una aplanadora al jefe del Ejecutivo.
El voto cruzado es una herramienta valiosa en una república que está en construcción, ya que contribuye a evitar que los intereses de la mayoría perjudiquen los intereses ¡y los derechos! de las minorías, al mismo tiempo que obliga a la clase política a establecer prioridades para la negociación.
La distribución efectiva del poder es un pilar del estado de Derecho; y, al respecto, el constitucionalista Alberto Herrarte escribió que “el logro más importante que se atribuye al poder constituyente es la separación de poderes constituidos… gracias a este sistema se evita la concentración del poder… la concentración del poder lleva inevitablemente a la tiranía… lo principal estriba en la limitación de los poderes y en el control recíproco que tengan”.
Desde que vi los efectos nefastos que tuvieron las aplanadoras en los desastres de Vinicio Cerezo y Jorge Serrano, ya hace ratos que comparto el criterio de Herrarte, y por eso es que hace ratos que voto cruzado. No con entusiasmo, pero sí convencido de que lo peor es votar por el mismo signo en todas las papeletas.
Para el caso de la elección presidencial, sigo pensando que la mejor opción es el voto nulo. Algunos lectores creen que este es un desperdicio porque no tiene efectos legales, pero mi hipótesis es otra. Parto de la premisa de que el problema de Guatemala no es de personas, sino del sistema. Creo que no importa quién llegue a la Presidencia, el sistema evitará que tenga éxito.
A partir de ahí, ¿cómo hago para dejar claro que rechazo el sistema? Mi respuesta es que no le doy mi voto al sistema. Pero eso sí, voy a votar. Si no voy a votar no queda claro si es que no fui porque repudio al sistema, o porque ando de viaje, o estoy enfermo. Empero, si me tomo la molestia de ir a las urnas y de votar nulo, ¡eso sí se va a notar en los conteos!, y sumados esos votos nulos a los votos en blanco, resulta evidente que son de rechazo abierto al sistema. El voto nulo quiere decir: ¡No quiero esto, denme una mejor opción!
Es cierto que los votos nulos “no cuentan”, pero sí pesan, como pesa el abstencionismo. Por eso es que a la clase política y a “la comunidad internacional” les preocupa el abstencionismo creciente.
Sin embargo, para que los que se abstienen de ir a votar porque repudian el sistema puedan mandar su mensaje alto y claro, lo mejor es que voten nulo.
A algunos lectores no les interesa mucho la elección de diputados, y creo que ese es un error.
Gracias a la distribución del poder, la función contralora del Congreso y el control jurisdiccional permiten que lo que está perdido en la Presidencia y en el Ejecutivo, pueda ser rescatable por la vía legislativa, o por la vía judicial.
Claro que la distribución del poder puede dificultar la ejecución de los planes del Ejecutivo (o los del Legislativo) y por eso es que algunos políticos espantan con el petate del muerto de una posible ingobernabilidad.
Sin embargo, no recuerdo quién definió a la democracia como “una discusión”; figura atinada en este contexto, ya que en una república son el diálogo y la negociación lo que debería prevalecer sobre la imposición.
“¡Venceréis, mas no convenceréis!”, les dijo Miguel de Unamuno a los falangistas cuando tomaron la Universidad de Salamanca; y, efectivamente, gobernabilidad no debe ser sinónimo de capacidad de vencer.
Más bien, debería ser capacidad de convencer. Una aplanadora vencería, en tanto que el poder distribuido obliga a dialogar y a convencer.
Publicada en Prensa Libre el sábado 21 de julio de 2007