Ahora mismo, la sala de mi casa huele a pan y a horneado, huele a fiesta y a historias.
Es que ya vino el pan de la costa sur, que encargamos para estas fiestas del equinoccio de primavera. Es ese pan hecho en horno de leña, con leche y huevos de vacas y gallinas conocidas. Ese pan que sabe a queso y mantequilla. El que hace Shalvy y nos alegra mucho la temporada.
Es que este pan no es cualquiera cosa.
El pan de esta temporada, el que hacen en la costa sur, esponde a la tradición de prepararlo en casa y compartirlo. Dicha tradición no sólo tiene que ver con el hecho de que hasta pasadita la mitad del siglo XX todavía ocurría que las panaderías comerciales cerraban con ocasión de la temporada; sino con la costumbre humana y hermosa de compartir cuando hay abundancia.
Shalvy hace el pan que nos envía con huevos y leche caseras y lo hornea en tahona de leña casi exactamente como lo hacía la abuelita de su abuelita, que es de donde viene su receta.
Este pan tiene el sabor, el aroma, la textura y el color de siglos y siglos de civilización y de costumbres. A mí me gusta comerlo remojado en leche, o remojado en chocolate. Pero antes de llevármelo a la boca le dedico unos segundos a apreciar su color y su textura, y otros a apreciar su aroma que es el aroma de lo que es fiel a sí mismo.
El pan que comemos durante la celebración del equinoccio de primavera, durante la fiesta de la fertilidad, nos conecta con quién sabe cuántos siglos de tradiciones…y este año, como el año pasado, me hizo recordar estos versos de Omar Khayaám:
Here with a Loaf of Bread beneath the Bough,
A Flask of Wine, a Book of Verse – and Thou
Beside me singing in the Wilderness –
And Wilderness is Paradise enow.