¿Qué importa el nombre? Aquello que llamamos rosa, olería igualmente dulce, de llamarse de otra manera. William Shakespeare, en Romeo y Julieta.
De aquella frase me acordé ahora que leí en el Facebook de mi cuate Max que con los nombres que conforman el actual gabinete de gobierno, será indispensable aprender inglés: Jimmy, Sherry, Williams, Sydney, Heinz. Y a mí se me ocurrió que en el próximo período presidencial ¿vendrán los Osting, las Yuleisi, los Epson y las Adamaris?
Cuando yo era niño ya habían pasado de moda los Teófilo, las Encarnacion, los Agapito y las Minerva. En cambio, abundábamos los Luis, Ana, Fernando y Lorena, por decir cuatro.
Según un reportaje de Soy 502, estos son algunos de los nombres que usan los chapines: Ronaldihnio, Ronaldiño, Melgibson, Meljibson, Macguiver, Mcgyver, Macquiver, Billgueys, Losantos, Podolsky o Mesí.
Una vez un cuate chileno me dijo que la diferencia entre los guatemaltecos y los chilenos era que los chapines usamos nombres anglos con apellidos de origen español, en tanto que los chilenos usan nombres españoles con apellidos de orígen anglo.
Entre mis cuates y en broma -en una noche de vino y estrellas- discutimos las ventajas y desventajas de llamar al bebé de una de ellas Rambo Kodiak; pero afortunadamente los padres optaron por el hermoso nombre de Jacobo.
An Freaknomics, Levitt y Dubner argumentan que el primer acto de poder paternal es el de ponerle nombre al bebé y que una variedad de razones se ponen en acción cuando los padres consideran nombres para sus hijos. Quizás sería exagerado decir que todo padre busca -consciente, o inconscientemente- nombres inteligentes para su descendencia; pero si es cierto que todos tratan de señalar algo con el nombre. Un gran número de padres usa los nombres para señalar sus propias expectativas acerca de cuán exitosos serán sus hijos. Al final, el nombre no tendrá mucho que ver en ese resultado; pero los padres podrán sentir que hicieron todo lo posible.