La fuerza tiene dos lados: El luminoso, relacionado con la sabiduría, la paz, la nobleza y la justicia; y el oscuro que está relacionado con la maldad, el odio, la venganza y la ira. El luminoso del cual forman parte los jedis que obtienen sus poderes de la racionalidad, la meditación, al margen de las pasiones; y el lado oscuro del cual forman parte los siths que obtienen sus poderes de las emociones y de las pasiones. Priva, entre los miembros del lado luminoso de la fuerza, el principio de no agresión; en tanto que entre los miembros del lado oscuro, no hay escrúpulos para acudir a la violencia si eso sirve a sus propósitos.
Durante miles de años los jedis fueron los guardianes de la república, del comercio, de la paz y de la justicia, contra la centralización del poder en el Imperio, contra los impuestos y las regulaciones crecientes.
De La guerra de las galaxias uno aprende que si una sociedad permite el avance gradual del totalitarismo, el costo de revertir ese proceso es inmenso. Uno aprende que la libertad y los valores republicanos deben ser defendidos constantemente, sin descanso. Uno aprende que el bien y el mal son distintos, irreconciliables, opuestos, y que responden a características definidas.
Habiendo entendido aquello, ¿es posible no fascinarse por La guerra de las galaxias?
Por eso me incomodó que una de mis marcas favoritas de whisky usara el lado oscuro de La fuerza como un elemento para su publicidad. Estoy convencido de que -como individuos y como sociedad- debemos hacer un esfuerzo mucho más consciente y mucho más activo y profundo para entender y contextualizar los mensajes que intercambiamos. Sobre todo si -como es el caso de La fuerza, o La guerra de las galaxias en general, tienen un contenido ético y artísticamente romántico evidente. Nada bueno -como un buen producto, o un buen servicio- debería estar asociado con los valores propios del lado oscuro de La fuerza.