Cuando volteé a ver por mi balcón, lo que me llamó la atención fue la estela casi vertical que manaba de una aeronave; y me acordé de los lanzamientos de las misiones Apolo que veía en casa cuando era niño. El hecho de que el trazo pareciera vertical y que fuera rapidísimo me llamó más la atención; así que saqué mis binoculares y vi que se trataba de un avión. A ratos, la aeronave se ponía en tal posición que el sol se reflejaba muy bien en dirección a mi balcón y brillaba notablemente.
Conforme el avión fue avanzando, el rastro refractario se fue haciendo más vertical y la condensación se fue volviendo más difusa.
El fenómeno se vio muy chulo en el cielo y me acordé de los lanzamientos Apolo. A partir del Apolo 11, a mi hermano y a mí nos gustaba ver los lanzamientos desde el Cabo Kennedy, y mis papás nos permitían no ir en el bus del colegio para ver los lanzamientos (por la tele) y luego mi papá nos llevaba un poco tarde al colegio. Es una de las razones por las que admiro a Luis y a Nora. Es que entendían el valor de las experiencias extraordinarias frente a las rutinarias; sabían que nuestro interés por la exploración del espacio (que me duró hasta bien entrados los años 70) era más valioso que llegar a tiempo para el timbre de las 8:00 a. m.
El fiasco del Atlantis
Lo de arriba me recordó que el 8 de julio del 2011 yo andaba en Fort Lauderdale en el mero día que sería lanzado el transbordador espacial Atlantis, el último de su género y el último de una era. Así que con mis amigas Marta Yolanda y Adelaida bajamos a la playa y nos sentamos con vista hacia el Cabo Cañaveral…pero estaba nublado y no vimos el transbordador, ni su estela de condensación.
Así que nos quedamos con la gana.