La farsa de los termómetros

 

Hoy, al entrar a un lugar, la temperatura de mi mamá fue de 33 grados.  ¡Treinta y tres grados es alarmante! Casi a donde quiera que vayas encuentras termómetros cuya función, supuestamente, es evitar que personas con fiebre ingresen a los lugares donde se hallan esos artilugios. ¡Pero todo es una farsa! ¿Alguien pone atención si esas vainas no funcionan?

Entre una y dos veces a  la semana, llego a lugares donde los termómetros marcan temperaturas tan bajas que…estoy muerto…o soy una rana.  En realidad esto es porque los termómetros no sirven más que para enviar señales de virtud.  Si tienes termómetro, ya sea que funcione, o no, eres virtuoso y cumples con las expectativas formales que se esperan de ti…sin importar si los aparatos funcionan, o no.

El señalamiento de virtud es forma de grandilocuencia moral, en la que un punto de vista o una acción se calcula para verse bien, haciendo que el hablante, o la acción parezca virtuosa para los demás, en lugar de ser elegido porque es estrictamente honesto, u honesta. La honestidad, por cierto, es la virtud de no falsear la realidad.

Me divierte que en algunos lugares, como uno que visité el domingo, cuando el termómetro marcó 34 grados (dos menos que lo normal en un ser humano) y tomé la foto, el encargado se rió.  El sabe que es una farsa, pero sigue la corriente porque…¿qué otra?

Me divierten, también los defensores de la medida.  En Twitter me preguntan: ¿Pusiste la frente, o la mano?  Me comentan: Es que no están bien calibrados, siempre; o que el haz de luz se degrada.  ¡Muchá…no importa!  El caso es que los termómetros están ahí porque los grupos de interés que exigen que estén ahí son muy vociferantes e irracionales.  ¿Quién se va a atrever a prescindir de los termómetros inservibles si se expone al linchamiento de los del Quédate en casa y al del batallón comprometido con el temor? El caso es que los termómetros están ahí porque tienen que estar ahí, sin importar si sirven, o no.

¿Sabes qué es peor? Cuando hay un chatío, o una chatía supuestamente midiendo la temperatura. No sólo porque ese tipo de plazas generan costos innecesarios en una economía muy vulnerable; sino porque que frustrante ha de ser un trabajo tan sin valor alguno y que tan evidentemente falsea la realidad.

Por cierto, ¿qué son más ridículos, los termómetros que no sirven, o los pediluvios secos y los inmundos?

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