Varios pobladores retuvieron por alrededor de siete horas a 11 vacunadores y destruyeron más de 50 dosis de la vacuna contra el covid-19 en la aldea Maguila I, Fray Bartolomé de las Casas, Alta Verapaz; mientras tanto, en Santa Lucía la Reforma, en Totonicapán, es de los 25 municipios con menos vacunación. Los alcaldes comunitarios, salvo uno, no se han vacunado. La resistencia a inmunizarse se fundamenta en desinformación, creencias religiosas y prácticas ancestrales.
Independientemente del efrentamiento entre vaxxers y antivaxxers acerca de si las vacunas son efectivas, o no contra el SarsCov-2, o no; acerca de si son parte de un plan antihumano, o no; o de si tienen 5G, o no, la violencia y la irracionalidad alrededor del tema de la vacunación -que es de orden político- es preocupante. Cada vez que la discusión sobre vacunarse, o no se aleja más del ámbito de la conversación y de la persuasión, y se acerca más al de la coerción y la violencia, corren peligro la libertad y la paz.
Lo que ha ocurrido en Maguila I y en Santa Lucía la Reforma me recordó El conflicto en tiempos de cólera, capítulo en la obra La sangre de Guatemala, por Greg Grandin.
Cuenta, el autor que las epidemias eran acontecimientos frecuentes en Los Altos. Calenturas en 1825, viruela en 1826 y el cólera en 1831. Los quichés infectados por esta última rehusaban comparecer ante el médico. Muchas reformas y decretos interferían con las actividades. productivas y comerciales de las comunidades indígenas. Circulaban rumores de que el cólera era causado por aguas envenenadas, o que la misma medicina era infecciosa.
¿Como ahora?
Grandin cuenta que no se puede explicar toda la resistencia indígena en términos económicos. La renuencia a someterse a tratamiento médico, de muchos quichés, se debe interpretar en un contexto histórico. La eficiencia y la salubridad de los tratamientos no estaba garantizada en absoluto. Un cura recomendaba administrar cuatro gramos de mercurio, por vía oral, por ejemplo, cada media hora.
Ideología y política estuvieron vinculadas íntimamente en tiempos del cólera, según se desprende de la lectura de lo que cuenta Grandin. ¿Como ahora, o no?
Antes de aquello, en 1814, los residentes de Quetzaltenango y pueblos vecinos indígenas y ladinos, se opusieron a los esfuerzos del médico y político Cirilo Flores para administrar la vacuna contra la viruela, escondían a sus hijos e insultaban a los vacunadores. Cuenta Grandin que en muchos pueblos los indígenas abandonaron sus hogares y huyeron a las montañas para escapar de la epidemia y de los médicos. El cura de Tejutla reportó que crecía la ira ante las inspecciones armadas de las viviendas y la cuartentena del pueblo, que interrumpía el comercio. Temiendo una revuelta, el sacerdote ordenó a suspensión de las inspecciones y de la vacuna y Flores salió en defensa de la vacuna e insistió en que se siguiera aplicando.
En 1826 la viruela atacó una vez más Los Altos, relata Greg Grandin. Flores era presidente provisional de Guatemala, siguió con sus políticas impopulares de salud pública y terminó linchado por cientos de quichés, en la catedral altense, al grito de muera el tirano, muera el hereje, muera el ladrón.
No es nuevo, pues, que las fuerzas conservadoras y religiosas estén involucradas en movimientos antivacunas que pueden terminar en violencia; pero la gente también tenía razón en oponerse a políticas coercitivas, arbitrarias y dañinas, muchas veces sin fundamento científico como las del cura que, según cuenta Grandin, recomendaba que las mujeres que estuvieran menstruando se pusieran de pie sobre una tina de agua caliente, sal y mostaza para que el vapor bañara sus vulvas. Y claro, no toda resistencia es de carácter político y místico. Hay argumentos que dan mucho que pensar -en serio- entre vaxxers y antivaxxers en 2021.Sobre todo porque el tema de las vacunas contra el virus chino es, por lo menos, turbio.