El futuro de El Mirador

Visité El Mirador en diciembre de 2005 cuando recorrí el sak´be a pie y a lomo de mula.  ¿Qué te digo? ¡Fue como viajar con Stephens y Caterwood! Escuchamos a balam una noche y vimos huellas de aquellos felinos; dormimos en un campamento que olía a orines de kan, y vimos una piel de serpiente; El Ale, mi sobrino, halló una chiwoj en su tenis y otra de esas arañas enormes se paseó por nuestra carpa. Una noche se nos inundó el campamento y dormimos en el agua; y me froté con chichicaste, o algo parecido un ojo, por evitar el roce de unas arañitas negras con rojo. Vimos el cielo estrellado como lo veía Jasaw Chan Kʼawiil.

Así quedó mi capa luego de una mañana entre ramas y espinas a lomo de mula.

Fue un viaje física y psicológicamente retador; pero si pudiera lo haría de nuevo.  Sin pensarlo dos veces.  Comparto con el arqueólogo Richard D. Hansen la idea de que más guatemaltecos -niños y adultos- pudieran visitar la selva y el reino Kan, un patrimonio que deberíamos conservar, cuidar y promover de forma responsable.  Pero para ello los esfuerzos que hagamos en esa dirección deben ser sostenibles, no sólo para para el área, su fauna y su flora, sino para sus habitantes humanos cuya calidad de vida se elevaría sustancialmente, si hubiera más visitantes.

¡Por supuesto que no se trata de convertir El Mirador en un parque de diversiones como caricaturizan algunos individuos! ¿En qué cabeza cabría, y con qué intenciones, un proyecto que pusiera en peligro la biósfera maya si amas lo que ofrece?

Ya dicho lo anterior, lo cierto es que las discusiones sobre el futuro del patrimonio cultural y natural de aquella área son necesarias; porque, aunque vivimos en un ambiente en el que muchos quieren tener el mejor teléfono posible antes que los demás, también quieren lo que nos da raíces y nos identifica en un mundo volátil, incierto, complejo y ambiguo.  De ahí que sea importante responder a la pregunta: ¿A quién pertenece el pasado? 

Sugiero que se abra una discusión sobre cómo valorar El Mirador; pero en un contexto racional y no emotivo; con ganas de encontrar soluciones sostenibles, y no con el ánimo de que no se haga nada por miedo a que se haga algo.

Columna publicada en elPeriódico.

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