El ilustrador y animador Gene Deitch, creador de Tom y Jerry, y de Popeye falleció ayer. Ambas caricaturas tuvieron bastante presencia en mi infancia e incluso adolescencia.
A Popeye lo recuerdo desde muy niño porque yo tenía un inflable con forma de Popeye, de esos que uno golpea y vuelven a su lugar porque en la base tiene un tipo de arena. También porque con él compartía mi gusto por las espinacas. ¿Sábes? Me gustaban muchísimo unas canastitas de pan sandwich rellenas con espinacas y adornadas con rodajas de huevos duros y salsa de tomate, que hacía en casa de mis padres y de mis abuelas. También me gustaba muchísimo una especie de puré de espinacas licuado con salsa blanca que hacían en la Casa Contenta y en el Cacique Inn, en Panajachel. En fin…ya disgregué…la cosa es que, aunque nunca tuve la fuerza de aquel personaje de Deitch, si compartía con él algo importante.
A Tom y Jerry los conocí en los años 70 cuando sus caricaturas eran transmitidas en Canal 3 y mis hermanos y yo las veíamos apuñuscados en el cuarto de mis padres, a pesar de que había una televisión en la sala. ¡Ah, pobres mis padres!, siempre encontraban su cuarto desordenado, con restos de comidas y olorosos a niños.
La cosa es que no nos perdíamos un día de Tom y Jerry a menos que no estuviéramos en casa.
Aquel episodio de la Rapsodia Húngara, de Franz Listz es un clásico de verdad, y yo tenía mucha empatía con el pobre Tom.