Como todos los años, me gusta celebrar la fiesta de la Independencia en La Sexta avenida, la Plaza de la Constitución y en el monumento a los Próceres (u Obelisco). Me gusta mucho esta fiesta porque la gente la ha hecho suya. Especlalmente la tradición de las antorchas es una expresión popular de alegría, pertenencia y libertad.
La excusa para la fiesta es celebrar a la patria; y es muy conmovedor ese patriotismo cándido que se pasa de generación en generación porque la patria es donde está enterrado tu mux. Sospecho, empero, que en el fondo, fondo, lo que celebramos en estos días es la vida, o la simple posibilidad de celebrar. El hecho de que se puede estar ahí, con quien uno elige para estar ahí y el hecho de que uno se puede divertir y pasarla bien. Se vive plenamente cuando se disfruta la vida.
Me gusta ir a eso de las 5:00 p.m. al Centro a ver la llegada de las bandas escolares que enfilan hacia la Plaza de la Constitución y el paso de los antorcheros que van hacia el norte de la ciudad. Me emociona mucho la alegría con la que participan familias enteras y gente de todas las edades. Me conmovió una foto que envió Raúl, de antorcheros en sillas de ruedas; y una que tomé de una señora que no se perdió de la fiesta, aunque fuera en uno de aquellos muebles.
Me enteré de que los colegios de Primaria no llegan hasta la Plaza para la ceremonia de arriar la bandera y para las escuchar las salvas de artillería; pero eso no impide que los chiquillos desfilen en la Sexta avenida, como otros estudiantes mayores. La Sexta, por cierto estaba galana adornada con banderas; y personal de la Municipalidad hacía un buen trabajo ayudando al paso de vehículos, bandas y peatones. Gracias a la PNC y al Ejército por proveer seguridad en el área y en el Obelisco.
Al aproximarse las 6:00 p.m. nos dirigimos a la Plaza de la Constitución y desde la desembocadura de la Sexta Avenida -casi junto a donde estaban los cañones- escuchamos las salvas de artillería. Es muy divertido como reaccionan los niños que las oyen por primera vez; y al lado de nosotros había un grupo de adolescentes que nos hicieron reír mucho con sus reacciones.
En la Plaza se canta el himno nacional que casi todos saben poco más, o menos; y también el himno de Centroamérica que casi nadie sabe. En donde estábamos sólo Raúl, una señora y yo entonamos aquel himno, y mucha gente nos veía con cara de, ¿qué está cantando esta gente? Yo no soy centroamericanista; y quienes me conocen saben que yo me inclino más por las ciudades libres, que por los grandes estados-nación. Pero hoy (y ayer) no sólo es fiesta de los chapines, sino de los centroamericanos.
Por el lugar en que estábamos no escuchamos los abucheos al Presidente; y ¿sábes qué? Los chapines deberíamos conservar la sana costumbre de abuchear a los presidentes. Para ponerlos en su lugar, para recordarles de dónde vienen y a dónde van y que no son más que mandatarios de nosotros los mandantes. Para recordarles que, a menos que encarnen la unidad de la nación y que se comporten com dignitas, gravitas e integritas, son prescindibles en estas celebraciones.
Luego de las ceremonias nos quedamos un rato en la Sexta para ver el retiro de algunas de las bandas que optan por tomar esa vía. Me alegra mucho cuando el público aplaude el paso y las demostraciones que hacen las batonistas y los gastadores, por ejemplo.
Luego de pasar un buen rato sentimos que el hambre apretaba y nos fuimos a cenar: hamburguesas y Guinness. Es muy agradable caminar por la zona 1 durante fiestas como esta. Pasamos, por ejemplo, por la concha acústica en el Parque Centanario donde había una orquesta y gente bailando. Y luego de cenar, como Panza llena, corazón contento, agarramos camino al monumento a los Próceres donde nos esperaba la segunda parte de la fiesta.
La celebración en el Obelisco se diferencia de las que hay en el Centro en que en el Obelisco no hay funcionarios. La gente llega a encender sus antorchas, a tomarse la fotos y a salir corriendo cada quién en lo suyo, pero todos en todo, y cada quién sabe a dónde. No hay edad para no pararla bien en esta fiesta. Llegan desde niños hasta ancianos, desde barrios cercanos al Obelisco hasta de pueblos lejanos. Es un punto de encuentro efímero, pero profundo porque de todos los que estamos allí es esta tierra. Todos llegan en paz y con ganas de pasar buenos ratos. Todos esperan su turno, todos encuentran lo que iban buscando y todos se van en paz. ¡Yo digo que es la fiesta de la gente!
No faltan, por supuesto docenas de ventas de tacos, gaseosas, cervezas, banderas, gorgoritos, vuvuzelas, bufandas, gorras, sombreros, máscaras, bandanas y todo eso que contribuye al espíritu celebratorio y de comunidad. La ente vende kits de antorchero y eso me da da mucho gusto.
Antes de llegar al Obelisco caminamos por la Avenida de la Reforma en donde pasan un maral con sus antorchas. Unos van corriendo y otros van en motos y bicicletas, unos van en buses. En el Obelisco, como en el centro, ni la edad, ni las sillas de ruedas son obstáculos para que la gente disfrute de la fiesta. ¿Cuándo fue la última vez que te maravillaste con cosas así en una fiesta callejera? En el Obelisco nos encontramos con mi cuata, Majo y un amigo suyo, y ahì pasamos un rato viendo como la gente goza y disfruta de la experiencia antorchera; y cuando estoy ahí pienso en lo arrogantees que se ven los que se quejan de ella, luego de participar en procesiones, manifestaciones, carreras y otras actividades similares.
¿Sábes qué sería genial en el Centro y en el Obelisco? Que la gente no dejara tirada su basura, que con todo y todo no es desproporcionada.
Ayer, 15, también fuimos a la zona 1, esta vez en compañía de Mario. Llegamos a ver las bandas en la Sexta, agarramos hacia la Plaza de la Constitución por la Séptima avenida y al llegar a la plaza conseguimos un lugar muy apropiado, casi al centro a sólo tres filas de la valla de seguridad.
Desde ahí vimos la ceremonia de arriar la bandera y escuchamos las salvas de artillería. Desde ahí vimos los fuegos artificiales y es la primera vez que los vemos desde tan cerca. ¡Fue muy emocionante! Al concluir los actos nos dirigimos a la Sexta a venida para ejercer el antiguo arte de people watching con cerveza en mano, vimos pasar varias bandas y así concluyó la fiesta.
Como el año pasado, y el pasado, y el pasado, y el pasado…quedé convidado a volver a estas fiestas en las que se celebran la libertad, lo que tenemos en común a pesar de nuestras diferencias, y la vida.
Ojalá y el año entrante de animaras a sumarte a la fiesta.