El incendio de la catedral de Notre Dame, en París; y el del Museo Nacional de Brasil, en Río de Janeiro son dos tragedias de enormes dimensiones que mueven a pensar.
Lo primero que vino a mi mente cuando vi las imágenes del fuego en Notre Dame fue memento mori; nada es para siempre, ni siquiera los pilares de iglesia. El pensamiento vino sin amargura alguna y sin connotación religiosa alguna. Fue, sólo, la observación de un hecho. Y luego si vino algo de tristeza; ¿cómo no?, si aquel edificio era (¿Es?) una obra maestra de la arquitectura, de la ingeniería, de la ciencia y del arte del que son capaces los seres humanos. Estoy seguro de que Notre Dame, de París, será reconstruida y de que le será devuelta su majestuosidad gótica; y aunque siento mucho haber visto su destrucción, algo de mí espera ver las etapas de su resurgimiento.
Al otro lado del mundo y en septiembre pasado, se quemó el Museo Nacional de Brasil, que albergaba una estupenda colección histórica y natural imposible de reponer. Que desolador fue ver cómo se consumía aquel palacio convertido en museo y como se perdían, para siempre, los objetos que guardaba…mal y todo, pero que guardaba.
Memento mori es una buena reflexión; pero hay otras:
- ¿Cómo hacemos para proteger mejor el patrimonio cultural de la humanidad?
- ¿A quién pertenece el pasado?
- ¿Qué tan trastornado tiene que estar alguien para celebrar tragedias como aquellos incendios, o para deseárselas a alguien más? Este es un ejemplo:
Y este es otro:
Por cierto, esto es lo que ocurre cuando a algunos les da por quemar iglesias: Docientos noventa muertos en ocho ataques contra iglesias y hoteles en Sri Lanka.