Hacia finales del mes pasado, la Asociación para el Servicio Bibliotecario para Niños, en los EE.UU., eliminó el nombre de Laura Ingalls Wilder de su premio para escritores e ilustradores infantiles, ¿cuál fue el pretexto?, que Wilder usa expresiones de actitudes estereotipadas incompatibles con los valores fundamentales de ALSC de inclusión, integridad, respeto y receptividad en sus escritos. Si te acuerdas de la serie setentera llamada Los Ingalls, sabes quién es Laura.
Luego de aquella decisión William Shatner -el capitán Kirk en Viaje a las estrellas– tuiteó su disgusto con el cambio de nombre del Laura Ingalls Wilder Award y argumentó que consideraba que la tendencia de juzgar el pasado a través de un lente moderno era perturbador, y se abrieron las puertas del infierno. Shatner fue linchado en línea y acusado de racista y de otras cosas peores.
Es cierto que Wilder hace observaciones propias de alguien que se crió en las praderas de los EE.UU. a finales de los 1800 y que publicó sus libros en 1930, pero Shatner tiene razón: es inquietante que algunos se basen en opiniones modernas y quieran borrar el pasado. Y es inquietante ver cómo es que los linchadores en línea y los que han intentado callar a Shatner no escatiman esfuerzos, ni insultos, para conseguir su propósito: que no se hable del asunto y que se acepte su criterio sin discusión. Que se instale un pensamiento único.
No es la primera vez que ocurre algo como esto. Por ejemplo, La cabaña del tío Tom, de Harriet Beecher Stowe, está baneado en algunos lugares porque difunde estereotipos; e igual cosa pasa con Huckleberry Finn, de Mark Twain, y con muchos otros clásicos. Es un hecho que los responsables de estos tipos de prohibiciones y baneos, buscan falsear la realidad y forzar la ignorancia con respecto al pasado y a ciertos temas.
Aquí en Guatemala, vaya uno a violar los códigos de silencio de las turbas indigenistas y feministas, o el de las turbas pro-parto y se abre el infierno. Pero la víctima más lamentable de los linchamientos no es quien se atreve a cuestionar el pensamiento único, sino la libertad de expresión misma, y con ella, la libertad -como ausencia de coerción arbitraria-. Y entonces, las víctimas somos todos.