A lo largo de mi vida tuve Maestros y maestros. Los tuve generosos y buenos; y los tuve despreciables y corruptos. Los tuve sabios y los tuve verdaderamente modestos. Pero el balance es positivo…tuve maestros a los que quise mucho, respeté mucho y admiré mucho. De hecho, ¡tengo maestros a los que quiero mucho, respeto mucho y admiro mucho! Esta es una celebración actualizada de mis maestros.
Mi primera maestra -en el Colegio San José de la Montaña- fue la señorita Tarsila; y fue ella la que me enseñó a hacer figuras en plasticina, a hacer diseños con lana en brin, y muchas otras cosas divertidas. Julia Camacho -en el colegio homónimo- me enseñó a leer y a escribir, y para ello usaba unas tarjetas blancas con letras rojas. En esa etapa de mi vida recuerdo a la señorita María de la Luz, a la señorita Teresita, y a Miss Bolaños. ¡Y a la seño Anabella, a quien tengo el gusto de ver de cuando en cuando!
En el Colegio Guatemalteco Bilingüe y poco más tarde aparecieron Miss Dina que, de buena fe, creía que yo necesitaba un psicólogo; doña Olga que predijo que me dedicaría a leer noticias en la radio, o en la televisión; doña Rebeca que me enseñó Historia y que con toda la razón del mundo insistía en que yo debería hacer planas para mejorar mi letra (con doña Rebeca también me encuentro de cuando en cuando); Miss Estercita que era un un amor de gente y que enseñaba Ciencias, Salud y Seguridad y Agropecuaria; Mrs. Lila, Mrs. Benitez, Mrs. Hoffius, Mr. Scully y otros que me abrieron el mundo del idioma inglés.
En la Secundaria, en el Liceo Minerva, doña María Teresa me tomó como su proyecto personal. De esa época recuerdo a la señorita Julieta, de Ciencias y Artes Plásticas; a Christie y a Ponce, de Inglés; al corruptazo de Química; al Vampiro de Estadística; a Chaulón de Física y de Literatura; a Guayíto de Historia del Arte y de Filosofía; a Gustavo, de Psicobiología; y a Pablo Mármol de Sociología. Recuerdo al León Parado, que fue una víctima y a doña Lily que me quería mucho.
En la universidad tuve a los maestros que más influyeron en mí. Los inolvidables, inigualables y estupendos Salvador Aguado, Jesús Amurrio, y Rigoberto Juárez-Paz. Así mismo Rosa María Gomar, Luis Beltranena, Felipe Rodríguez Serrano, y Lissa Hanckel, todos ellos dejaron su huella y como aprecio que lo hayan hecho. Warren Orbaugh y Giancarlo Ibárgüen nunca me dieron clases; pero su ejemplo y su influencia son muy valiosos todos los días. Manuel F. Ayau tampoco me dio clases; pero los almuerzos y conversaciones de los lunes, en el CEES eran mejores que clases y su presencia en mi vida -aún antes de que lo conociera personalmente- ha sido la de un maestro, un ejemplo, un ideal, y un guía.
José Luis Cruz Salazar, Ramón Parellada, Glenn Cox, María Eugenia de Masis, Regina Wagner, Primina de Mendizabal, Gonzalo de Villa, Karin de Maldonado, José Antonio Romero y Julio César De León Barbero también han tenido la dura tarea de enseñarme algo. Todos ellos abrieron puertas y ventanas que he disfrutado mucho.
¿Quienes han sido mis mejores maestros? Aquellos a quienes yo les importaba, aquellos que sabían que tenían que tenerme paciencia, los que aguantaron la audacia de mi ignorancia, los que no se desaniman conmigo, los que me empujan cuando me quedo atascado, y los que me honran con su amistad.
Lo que es una lástima es que esta festividad haya nacido como una forma de imposición estatal y que, generalizadamente, se celebre en el contexto del magisterio como una forma de burocracia. Yo creo que los maestros, de verdad, merecen una celebración que no esté manchada por los intereses de buscadores de rentas parasitarias como aquellos que hacen como que enseñan y viven a costa de un sistema que perpetúa aquel parasitismo.
La ilustración es La escuela de Atenas, por Rafael; [Dominio público], via Wikimedia Commons