Como quien dicen nada, llegó y se está yendo la Feria de Jocotengango o Feria de agosto en la ciudad de Guatemala. Es la primera de la cadena de festividades que caracterizan al segundo semestre del año. Luego viene la fiesta de Independencia, el Halloween, el Día de los muertos y el Día del fiambre o Día de todos los santos; la Quema del diablo y la celebración de la navidad, o del solsticio de invierno.
Cada quien vive esas celebraciones a su modo y de acuerdo con sus particulares valores.
Para mí, la Feria de Jocotenango es de sabores, aromas, texturas y colores. Es la variedad asombrosa de dulces, unas garnachas con chela (gusto adquirido más recientemente), churros, tacos, atol de elote y elote asado. Este año, sin embargo, descubrí que ya no puedo con el menú completo.
Los que visitan este espacio con regularidad saben que voy a la feria desde que era niño y que luego abandoné la práctica cuando aquella festividad decayó en calidad y seguridad. Hace varios años retomé la costumbre acompañado de un grupo de amigos queridos y siempre la pasamos bien.
Un par de cartones de lotería y los premios del tiro al blanco le agregan emoción a la experiencia. Pero este año hacía mucho calor y entre las risas, las conversaciones y el antiguo arte de people watching, se me olvidó hacer unos disparos. ¡Es primer año que regreso de la feria sin premios!
Regresé, eso sí, cargado de dulces. Mis favoritos siempre son la conserva de coco, la pepitoria, los encanelados, las canillitas de leche, los mazapanes, los chilacayotes, los higos y las cocadas. A mí me encanta comerlos para el desayuno; pero también los disfruto cuando vuelvo a casa, en las tardes, luego de un día productivo.
Mi primer recuerdo de la Feria de Jocotenango es de cuando estaba en primer grado de primaria. Mi padre y mi tío Freddy nos llevaron a mi hermano y a mí; y en el tiro al blanco me gané una botellita de vino que mi mamá usó para sazonar un pollo.
También recuerdo que me dio miedo pasar junto a las carpas en las que eran exhibidas la mujer araña y el niño gusano. ¿Por qué es que ya no hay ese tipo de espectáculos en la feria? ¿La gente dejó de disfrutar de aquella candidez?
En aquella visita a la feria recuerdo que subimos a uno de esos aparatos que dan vueltas y que me bajé totalmente mareado. No volví a sentir nada tan espantoso hasta hace unos unos años, en Sumpango, cuando tuve la mala idea de subirme a la rueda de Chicago.
De la feria me fascinaba cómo cantaban lotería; y en casa mi tía abuela La Mamita imitaba muy bien a los de la Feria: ¡El Sol, cachetes de gringo! ¡El negrito, calzón rayado! ¡La muerte quirina, que andando se orina! Ojalá me acordara de más de esas frases, que no volví a oír hasta el año pasado.