Cuando yo era niño los chicos o chicozapotes, con frecuencia traían chicle adherido a sus semillas. Por supuesto que es un chicle insaboro; pero a mí me maravillaba la idea de que de ese material se hacían los chicles que uno compraba en las tiendas.
Yo estaba lejos de saber que los chicles de las tiendas ya no se hacían sólo con el chicle de los chicos. Yo estaba lejos de saber que, en pocos años, los chicos con chicle se harían más y más raros y que prevalecerían nuevos injertos con dos ventajas: menos gusanos (porque los chicos naturales solían traer gusanos) y nada de semillas.
En fin, de cuando en cuando me topo con chicos naturales y me alegro mucho cuando en ellos, o en los injertados encuentro un pedacito de chicle.
Cuando viajé al reino Kan o a el Mirador, la primera noche dormí en La Florida, un sitio arqueológico que es un campamento de chicleros; y ahí vimos cómo cocían el chicle en peroles y nos mostraron bloques de aquel material. Me acordé, entonces, del libro Guayacán, de Virgilio Rodríguez Macal, uno que -si te gustan las aventuras en la selva- te recomiendo leer.