¿Qué tienen en común un emperador y un verano en Escocia?

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Las dos mejores películas que he visto en días recientes son: Emperor y What we did on our Holyday.

La primera es de carácter histórico y cuenta la historia de cómo el general Bonner Fellers llevó a cabo la delicada tarea de investigar y recomendar si el empreador Hiroíto debería ser enjuiciado y eventualmente colgado como criminal de guerra, o no.

La segunda es una comedia dramática acerca de la vida y acerca de la familia y de las relaciones humanas; con ese tipo de caracteres, diálogos y situaciones que sólo el humor británico es capaz de idear y hacer realidad, este es cine para ver en familia.

Una de mis citas favoritas de Emperor es del general Douglas McArthur: I don’t want the Communists in here. But Washington wants vengance on the Emperor, because their voters do, and their voters have no fucking idea what’s good for them.

La otra es del general Kajima, e ilustra, para quienes no lo ven claro, la importancia suprema que tienen las ideas en las acciones y sus resultados. Ilustra la perversidad del concepto kantiano del deber, del altruismo y de filosofías como el sintoismo: We did our duty, but we lost our humanity. You must understand, we Japanese are a selfless people capable of immense sacrifice because of our complete devotion to a set of ideas. We are also ruthless warriors capable of unspeakable crimes because of that same complete devotion.

En What we did on our Holiday, una de mis citas favoritas es este diálogo:

-¿Cómo saben las personas lo que son? 

-Solo lo descubren. Todos descubrimos lo que somos. Y luego el mundo tiene que lidiar con eso.

Y la otra son las palabras finales de Gavin McLeod:  Estoy seguro de que ustedes creen que él nos puede ver [refiriéndose a su padre recién fallecido]. Yo no; yo creo que la vida es todo lo que tienes y que Gordie McLeod supo aprovecharla; y que nosotros también porque sólo para eso sirve la muerte, para darnos una patada en el trasero y decirnos “manos a la obra y ama a quienes te rodean”.

Ayer vi una tercera película; pero no la contaré entre mis favoritas.  Sí que fue entretenida y emocionante; pero no puedo sentir simpatía por un hobby, un deporte, una afición, una ambición o un sueño que pongan en riesgo vidas de terceros para que el practicante alcance sus objetivos; y tampoco si se colectivizan las consecuencias de las malas decisiones del practicante.  Me refiero a Everest.  Dos escenas son un ejemplo de lo que digo: el hecho de que Rob muere como consecuencia de que tuvo que regresar para que Doug pudiera cumplir su sueño, a sabiéndas de que Doug ya no estaba en capacidad de hacerlo y a sabiéndas de que estaban atrasados y venía una tormenta; o el hecho de que para rescatar a Beck casi se matan dos soldados nepalíes y se usa un helicóptero posiblemente pagado por tributarios nepalíes (que como se sabe no son el pueblo más próspero de la Tierra).

Everest, contrario a The Martian, es una peli en la que abundan la irracionalidad, los caprichos y el misticismo.

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