Los condones, el pollo y una apedreada

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En los años 60 mis padres vivían en Costa Rica.  Un viernes santo condujeron de Punta Arenas a San José y en algunas poblaciones su automóvil fue apedreado porque la gente creía que ese no era un día apropiado para andar en la carretera.

De eso me acordé cuando leí que que la cadena de restaurantes de pollo Chick-fil-A no abre en domingos porque es el día del Señor; y que -en Guatemala- las farmacias Meykos no venden condones ya que sus propietarios sostienen que  hacerlo violaría sus principios católicos.

¡Por supuesto que todo propietario tiene derecho a decidir qué vender y qué no vender; cuándo abrir y cuándo no abrir, a quién contratar y a quién no; a quién servir y a quién no! y por supuesto que nadie tiene derecho a apedrear a otros por conducir automóvil sea el día que sea.

Lo que me divierte es el común denominador.

Hace años una amiga tenía unos locales comerciales cerca de la Dieciocho calle y siempre tenía problemas con inquilinos irresponsables.  Un día le alquiló el local un hombre cristiano que limpió bien el local y lo pintó bonito y puso una tienda; y le anunció a mi amiga que no vendría cervezas, ni cigarrillos.  Yo le aconsejé a mi amiga que se preparara para un inquilino cuyo negocio no duraría mucho. Y, en efecto, la tienda no duró mucho.

No digo que el caso de las cervezas y los cigarrillos sea igual al de los condones.  Sobre lo que quiero llamar la atención es sobre el derecho que todos deberíamos tener a producir y servir sin coerción, ni privilegios; sobre como es que los principios de las personas influyen en sus decisiones y sobre lo tragi-cómica que puede ser esa influencia tanto en personas sencillas que apedrean automóviles, como en empresarios que deciden no vender ciertos productos, o no abrir ciertos días.

Hace poco, una conocida holandesa me contó que en algunas ciudades de su país cuando ella va por las calles, sin velo,  y atraviesa un barrio religioso musulmán los hombres escupen a su paso y le dicen ¡Puta!  Los tesoros de Nínive acaban de ser destruidos por religiosos que defienden sus principios.

Es tragi-cómico (¿o escalofriante?)  lo que algunas personas hacen por ciertos principios.

La foto la tomé de Facebook.

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