Mis favoritos entre los fuegos artificiales chapines son los toritos y cada año salgo en busca de ellos. Me gustan porque implican algo de peligro, porque es maravilloso como arrojan fuego y luces por todas partes, porque me gusta verlos bailar y perseguir a la gente, porque me divierte como la gente se les pone enfrente y sale corriendo. Los toritos son juguetones y tiene algo de pícaros.
Cuando era niño, los relatos de mi tía abuela, La Mamita, acerca de toritos durante las festividades tradicionales me fascinaban. Yo tenía muchas ganas de ver toritos y no fue hasta hace relativamente pocos años que vi mi primer torito. Desde entonces pocas cosas me divierten tanto como salir a buscar toritos y verlos desplegando sus fuegos y sus colores entre la gente que se les acerca y les huye.
Anoche vimos unos buenísimos en los alrededores del Callejón de Maravillas, que es un barrio muy tradicional. La gente se esmera mucho en las decoraciones para le fiesta y hay abundancia de toritos en el área. Algo que me llamó la atención -y me dio entre enojo y tristeza- es que varias veces vi gente robándose los adornos que los vecinos ponen en alfombras y en sus casas. No ha pasado el cortejo y como ratas, hay personas que pasan llevándose lo que pueden. Vi a una anciana pedir: Por favor no se lleve las flores; mientras que una mujer se llevaba los adornos de una alfombra. En otra cuadra, miembros de la procesión ayudaban a cuidar una alfombra muy elaborada, porque -como buitres- había un grupo de jóvenes tratando de llevarse algo. Eso de llevarse cosas de las alfombras, antes de que pase el cortejo, es como ser descalzabolos.
Con todo y todo la pasamos muy bien. Descontados los saqueadores que mencioné antes, esas fiestas callejeras y de barrio son una oportunidad hermosa para divertirse, pasar buenos momentos y guardar recuerdos alegres entre amigos.