¿Por dónde va la bolita?

Luego de las declaraciones del Subsecretario de Comunicación Social, en las que afirmó que los pipoldermos cuentan con una oficina de monitoreo de cuentas en redes sociales para monitorear medios, analistas y opositores, el titular de esta Secretaría, afirmó que lo dicho por su segundo de abordo, es sólo parcialmente cierto.  Y luego bla, bla, bla.

Lo del monitoreo de medios y escuchas ya es viejo y no sólo lo hacen los pipoldermos en el gobierno central, sino a otros niveles. Sospecho que todo el que puede y quiere monitorea y escucha.

Tengo este blog, mi columna en El periódico, una página pública y otra privada en Facebook y una en Twitter; una en Pinterest y otra en Instagram.  Cada tanto, especialmente en Twitter, aparecen seguidores que siguen a un montón de periodistas y formadores de opinión, sin foto, con pocos tuits y pocos seguidores.  Esos siempre me han parecido sospechosos.  Cada tanto bloqueo a algunos; pero no a todos, y  lo hago sólo por molestar.  En la página pública de Facebook hay un montón de esos porque ¿de qué sirve que yo escriba algo, si no va a ser leído en donde importa?  De mi página privada los he borrado a todos porque es privada.  Ahí publico mis fotos de comida, los atardeceres desde mi ventana y otras cosas así de  importantes que no me da la gana compartir con los pipoldermos y sus lacayos.  Había uno de esos, por cierto, que se me había colado.  Pasaba como excondiscipulo y yo lo dejaba estar; pero un día lo caché pelando a unos amigos en otra página de Facebook y lo mandé a…el chorizo.  Ahora ya sabe su lugar y no pasa de mi página pública.

Algunos observadores creen que es legítimo que un gobierno quiera monitorear medios y opiniones para saber por dónde va la bolita.  Y yo digo que, desde un punto de vista estatista eso es cierto.  Si yo tuviera una administración que atiende intereses particulares y sirve a grupos de presión, seguramente tendría un equipo de monitoreo.  El caso es que el monitoreo no hace falta si los poderes del gobierno están limitados a proteger los derechos individuales de todos, ni hace falta si la atención a intereses particulares y grupos de presión está fuera de su campo de acción. Lo peor de todo es que el monitoreo no está limitado a los propósitos del diseño de políticas públicas que satisfagan las exigencias de la clientela; lo peor es que el monitoreo sirve para propósitos electorales y para propósitos de control político.  Y de resultas, el dinero de todos los tributarios es usado para servir a los intereses políticos del grupo de pícaros políticos que por el momento detentan el poder.

¿Quieres saber qué otra cosa empeora la situación? Que aquellos recursos que son de todos son utilizados para que los monitores no sólo monitoren por dóde va la bolita; sino que tratan de modificar su rumbo al generar opinión y al acosar a los que generan opiniones que no están alineadas con quienes tienen el control del poder y de los grupos de monitores. Afortunadamente ese acoso no suele pasar de argumentos ad hominem, de fabricación de hombres de paja y de otras simplezas que no dan mucho que hacer en términos intelectuales.

En resumen: desde una perspectiva no estatista, ni la fabricación de opinión pública, ni el acoso por medio de trolls son aceptables; y como no sea salvaguardar la vida, la libertad, la propiedad y el cumplimiento de los contratos (de todos), ningún gobierno tiene algo que hacer.

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