¿Qué edad tenías para el terremoto del 76? Yo tenía 14 años. Me despertaron el ruido y el estremecimiento de la tierra. Me levanté y me vestí, mientras oía los llamados confusos de mis padres y hermanos.
Una librera había caído sobre la cama de mi hermano Gustavo, pero había sido detenida por la cabecera. Mis padres sacaron a mi hermana Guisela, y mi hermano Juan Carlos estaba sacando a su perro Manix de debajo de la cama. Simón, el papá de Manix, acompañaba a mis padres. Ellos sacaron los carros a la calle, así como agua y colchas. El único daño en nuestra casa lo había sufrido una botella de Emulsión de Scott.
No había forma de comunicarse con mis abuelas al otro lado de la ciudad; así que temprano, con mi papá, fuimos en su busca. En la medida en que nos adentrábamos a la ciudad veíamos la destrucción, y el corazón se me aceleraba. Recordaba las historias que mi tía abuela, la Mamita, contaba acerca de los terremotos de 1917-18. La ciudad devastada, y cómo su familia había acampado en el Parque Concordia. La escasez de agua y de alimentos, y la gripe española.
Llegamos a donde vivían mi abuelita Juanita y la Mamita. Había casas destruidas y escombros en las calles. Yo me imaginaba sacando los cuerpos de las dos viejitas y fue inquietante caminar a lo largo de tres cuadras de ripio. Cuando llegamos a su casa, ellas estaban bien. La casa estaba quebrada, pero en pie. Ellas y unas amigas tomaban café en la sala. Sacamos a las señoras y nos llevamos lo más necesario. Luego nos fuimos a la casa de mi abuela, Frances. Al llegar a la Avenida Independencia nos enteramos que varias casas se habían ido al barranco y que había muertos.
Tras constatar que todo estaba bien pasamos gasolina del carro de mi abuela al de mi padre y como tragué algo de combustible fui al congelador de mi abuela y me comí dos panes helados. Y ese fue mi desayuno. Entonces volvimos a nuestra casa, con la abuelita Juanita y la Mamita, y mi madre ya tenía todo organizado allá.
Para hacer la historia corta, durante varios días las viejitas durmieron en la sala, mientras que los demás dormíamos en el jardín, en carpas que nos enviaron de Nicaragua unos amigos. Yo dormí con mi ropa a la mano durante casi tres años. Ese terremoto costó más de 23 mil vidas y mucho sufrimiento.
Columna publicada en El Periódico.