¿Y si desaparecen los partidos políticos pequeños?

Un grupo de partidos políticos pequeños expersó su temor a desaparecer, en el contexto de las reformas constitucionales propuestas por la actual Administración; pero a mí, eso no me preocuparía.

De acuerdo con la teoría política, los partidos son organizaciones de intermediacion entre gobernantes y gobernados; y deberían ser asociaciones de ciudadanos unidos por valores en común y por plataformas filosóficas y programáticas basadas en aquellos valores.

Pero entre nosotros los partidos políticos no son nada parecido a aquello.  En realidad son roscas y maquinarias electoreras diseñadas para llevar a alguien al poder.  Ha habido algunos partidos que comenzaron de acuerdo con la teoría (como la Democracia Cristiana Guatemalteca, por ejemplo) pero rápidamente degeneraron en agencias de empleo y en boletos para el saqueo.  Ningún partido sobrevive sin alcanzar el poder; y ningún partido sobrevive a haber alcanzado el poder.  Esto es porque no tiene sentido seguir en la lucha si no se tiene acceso a algún tipo de control sobre el Presupusto del estado; o porque una vez cumplido el objetivo cortoplacista de tener acceso al control del Presupuesto del estado, lo demás es sálvese quien pueda.  El FRG, el PAN, la Gana, y la UNE, que estuvieron en el poder, son (o van camino de ser) sólo pelusa en el ombligo, y sólo sirven para los propósitos de sus dueños.

Por eso es que no es extraño que la ciudadanía no apoye a los partidos políticos.  Y por eso no es extraño que los dirigentes de aquellas roscas o maquinarias electoreras, necesiten de forzar a los tributarios a sostener sus organizaciones.

En ejemplo clásico de falta de contacto con la realidad y con los ciudadanos es el de los partidos que surgieron luego de que  se desgranó la guerrilla.  Ninguno de ellos -ni aunque postulen a una Premio Nobel de la Paz y máxima exponente de la dirigencia popular- es capaz de conseguir apoyo electoral sustancial.  Cuelan un diputado aquí y un alcalde allá; pero la gente le da la espalda y los oye como oír llover.  Sólo consiguen sus objetivos mediante su reputación de intelectuales al infiltrarse como asesores y gurús en casi todas las administraciones (desde la de Vinicio Cerezo, hasta de la de Otto Pérez); o bien mediante elchantaje y la violencia por medio de bloqueo de calles y carreteras, toma de edificios, y otras acciones parecidas a cargo de la dirigencia popular.   Pero eso sí, cuando se trata de ganar las mentes y los corazones de la gente -y sus votos-  o su dinero, para sostener partidos políticos, ahí sí que no.  Casi toda la dirigencia de la exguerrilla tiene canonjías, empleos en ONG, o puestos en la burocracia; pero casi ninguno es capaz de ser electo.

Hay partidos pequeños que sólo sirven para que sus más altos dirigentes consigan embajadas, direcciones generales, comisiones y hasta ministerios.  ¿Pero alguno de ellos es lo que debería ser, de acuerdo con la teoría política? No.  De hecho, ni los partidos grandes son lo que deberían ser.

Al final de cuentas, el mercado electoral es el que debería decidir qué partidos sobreviven y qué partidos deben hacer mutis.  El número de partidos políticos -poco, o mucho- debería ser una decisión voluntaria y pacífica de los electores, expresada en las urnas.  No debería ser forzado, ni subsidiado, ni artificioso, ni consecuencia de una expresión constructivista y arrogante de parte de nadie.

Si se deja que los ciudadanos escojan, sobrevivirán los partidos que recojan bien los valores y las preferencias de los electores y de los tributarios.  Pero, ¿y qué pasa con las minorías?  Si el sistema es libre y se respeta la voluntad de los electores y tributarios, sobre todo en una república en construcción, las ideas prevalecientes en la sociedad irán cambiando.   Si no se fuerza el número de partidos, la gente irá fortaleciendo y deshechando organizaciones políticas.  Y será lo que tenga que ser, de acuerdo con el apoyo real que tengan los partidos.  Pero eso sí…se deben respetar las decisiones de los electores y los tributarios.  Algo que, claro, les cuesta a los que tienen mucho que perder.

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