Carpe Diem en reportaje sobre tickets de caminoneta

Los usuarios ya no reciben boletos por el servicio de transporte; comienza a contar el reportaje titulado Protagonistas de la historia, por José Luis Escobar, en la Revista D del 11 de marzo de 2012.

En ese reportaje, conocemos la curiosa historia de los boletos que se entregaban en las camionetas de la ciudad de Guatemala; y la historia de las rutas antiguas del transporte colectivo urbano.

En mayo de 2005 escribí una entrada llamada Recuerdos de camioneta; y este fue citado en el reportaje sobre boletos; y la entrada dice:

Así eran los boletos o tickets del transporte colectivo urbano en la ciudad de Guatemala. El primero es de 1958, el segundo es posterior a 1945, y el tercero es de 1977. En los casos del 1 y el 3 esto se sabe por los números de serie; y en el caso del 2, se sabe por la inscripción que tiene atrás el boleto y que alude a un Acuerdo Gubernativo del año citado.

Los boletos más antiguos venían en libros que me obsequió mi tía abuela Baby; en tanto que el de 1977 lo encontré en uno de los libros que yo usaba en el colegio.

Los tickets los entregaba el piloto; y de cuando en cuando subía a la camioneta o autobús un inspector que los cortaba a la mitad. La leyenda decía que si uno no entregaba su boleto era bajado del vehículo por el inspector; así que, en mis primeros días de camioneta, yo cuidaba mi boleto como un objeto precioso. Luego descubrí que si por algún motivo lo perdía, bastaba con decir se me perdió, y nada pasaba.

Otra leyenda decía que si el número del boleto (no el de serie) sumaba 21, ese boleto era uno de la buena suerte. Sin duda por eso es que guardé el de 1977.

Algunas personas le devolvían el boleto al piloto, con la idea de que este podía revenderlo y así ganarse los 5 centavos que costaba el pasaje. Yo hice eso durante algún tiempo, hasta que, precisamente mi tía Baby, me explicó que eso era como robarle al propietario del autobus.

Mis camionetas eran la 2 que unía La villa de Guadalupe y Ciudad Nueva (barrios en los que transcurrió la mayor parte de mi vida) y la 1, que me llevaba de Vista Hermosa a la zona 1. Ambas contrastaban mucho. Mientras que la 2 tenía buses muy viejos y destartalados, y tardaba muchísimo tiempo en pasar, la 1 tenía buses más nuevos y pasaba con más frecuencia. La 7, que me llevaba de Ciudad Nueva al Centro Histórico, también era bastante buena. Y mi primer viaje, sólo, en camioneta, fue cuando estaba en quinto grado de primaria, al anochecer, entre la casa de mis padres y la casa de mi abuela Frances.

Hubo un tiempo en el que, para ir a la universidad, tenía que tomar la 1 a la hora en que salían los albañiles; de modo que, para cuando la camioneta pasaba por mi parada, ya venía llena y normalmente no se detenía. Eso me obligó a pasarme del otro lado del boulevard de Vista Hermosa, tomar la camioneta que subía hasta el entronque con la carretera a El Salvador y regresar de nuevo (y a salir unos 10 minutos antes de mi casa). Pero los pilotos empezaron a reconocerme y, cuando me veían, tampoco paraban. ¡Ah, cuantas maldiciones espantosas lancé contra los conductores de camionetas! Entonces tuve que cambiar de estrategia y salir media hora antes de mi casa para no coincidir con los albañiles.

En las camionetas no había asaltos, ni disparos. Uno podía dormir tranquilamente, y más de una vez me pasé de mi parada porque iba bien dormido, especialmente cuando entraba a la universidad a las 7 de la mañana. Tenía que bajarme frente al Campo de Marte, y aveces no despertaba hasta que íbamos por el el Gimnasio Teodoro Palacios Flores. Aunque aveces subían algunos cantantes, o guitarristas, generalmente eran mendigos educados que hacían lo que mejor podían para ganarse unos centavos. También se subían jóvenes de una secta, que repartían volantes y pedían contribuciones.

El negocio del transporte colectivo urbano, en la ciudad de Guatemala, siempre fue muy corrupto por los monopolios de rutas y por el subsidio; pero hubo un tiempo en el que ir en camioneta no era peligroso.

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