Fascismo entre nosotros

El establecimiento de jueces es uno de los puntos más delicados en todas las sociedades políticas…, dice el número 17, Fol. 379 de El amigo de la patria, que publicaba José del Valle, en el siglo XIX.

De eso me acordé cuando, en el marco de la elección de magistrados para la Corte de Constitucionalidad, los medios de comunicación se referían a que tal, o cual grupo de electores había seleccionado “a sus representantes” en aquel cuerpo colegiado.

La idea de que los magistrados representan a los grupos que los seleccionan es una idea fascista que se llama corporativismo. El corporativismo supone que la participación en la cosa pública parte de la actividad específica que las personas desarrollan en la sociedad; y que, desde esa posición, eligen a los mejores, entre sus iguales, para que los representen.

Así: los magistrados de la Corte Suprema de Justicia, los diputados del Congreso, el Presidente de la República, los directivos de la universidad estatal y los abogados, como corporaciones, tendrían sus representantes en la CC. La Corte Suprema de Justicia también es corporativista.

Mussolini basó su régimen en principios corporativistas, como una forma de facilitar el intervencionismo estatista sin alienar a sus bases de apoyo político, que no hubieran aprobado un intervencionismo abiertamente socialista por temor a las revoluciones. Hitler, el nacionalsocialista, hizo lo propio con iguales intenciones.

Lo ideal sería que los magistrados no representaran a corporaciones, sino que fueran magistrados de todos y para todos. ¿Por qué tendrían que ser representantes de los grupos que tienen el privilegio de elegirlos? Cosa parecida –aunque no igual– ocurre con los diputados que se supone que deberían ser representantes nacionales; pero como los distritos electorales corresponden a los departamentos, la gente cree que su misión es la de conseguir privilegios y partidas presupuestarias para los departamentos en los que son electos. Es que la idea fascista de que magistrados y diputados representan a las corporaciones que los eligen está muy enraizada en nuestra lastimosa y lamentable tradición europea.

Este año electoral seguramente no es el momento más oportuno para meditar sobre estos asuntos de fondo; pero siendo que acaba de concluir el proceso corporativista de selección de magistrados, no está de más recordar que, como dijo Henry David Thoreau: Por cada mil personas atacando las ramas de un problema, hay una sola atacando sus raíces.

Esta columna fue publicada en El Periódico; y si  a usted le interesa el tema, le recomiendo Los cinco principios de la opresión, en Alvaro Vargas Llosa. Ruta a la libertad. Planeta, Buenos Aires, 2004.

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