Hoy, al leer una entrevista con los candidatos Nineth Montenegro y Harold Caballeros, se habla mucho de un discurso dirigido a los pequeños y medianos empresarios, cooperativistas, capa media y media baja. Y el entrevsitador les pregunta si tienen una propuesta para los extremadamente pobres como la que ha tenido este gobierno. Y, efectivamente, la administración socialdemócrata de Los Colom se ha perfilado, a sí misma, como el gobierno de los pobres.
Al leer eso me pregunté: ¿Debería haber un gobierno de los ricos, uno de la clase media y otro de los pobres? ¿Se deberían alternar? ¿Alguno de esos grupos debería ser excluido permanentemente de ejercer su influencia sobre el poder? ¿A alguno de esos grupos se le debería facilitar, permantentemente, su influencia sobre el poder? Esas preguntas, por supuesto, son disparates; pero hay gente que se las hace en serio. Hay gente que cree que gobernar es llegar al poder para beneficiar (e incluso perjudicar) deliberadamente a grupos sociales. Aveces estos grupos son de carácter socio-económico, otras veces son de naturaleza étnica, otras de índole religioso, y otras de carácter sexista. Usted elija. Pueden, incluso ser mezclas de dos, o más. Es por eso que los gobiernos se convierten en meras administraciones de privilegios y del presupuesto; y se convierten en fuentes de enfrentamientos en vez de ser los representantes de la unidad nacional.
Que si las de Alvaro Azú y Oscar Berger eran las administraciones de los ricos; y la de Los Colom es la administración de los pobres. Que si la de Harold Caballeros y Ninech Montenegro serían la de los pequeños propietarios. Esas son discusiones que tienen su orígen en esa creencia nefasta -y colectivista- de que el gobierno debe ser de grupos específicos.
Yo creo, en cambio, que el gobierno -fuerte y efectivo- debe ser de todos. Y que sus funciones deben ser la de garantizarles justicia a todos los individuos por igual; y la de proteger los derechos individuales de todos por igual. El gobierno propiamente dicho, como la justicia, debería tener los ojos vendados.
Sólo si el gobierno acuara como el árbitro de un partido de fútbol, contribuiría efectivamente a facilitar las relaciones pacíficas y voluntarias que hacen posible la cooperación social y la prosperidad. Imagínese, usted, que desastre serían los partidos de fútbol si los árbitros fueran también jugadores y jugaran y arbitraran para equipos en particular.