Otra vez la arrogancia de “un experto”

Salomón Lerner, objetó el exceso de partidos políticos que hay en Guatemala; y yo me imagino que tan distinguido personaje, ha de tener el número exacto, o el número aproximado de partidos políticos que debería tener una sociedad como la guatemalteca.  ¿Serán dos, serán tres, serán cuatro?  ¿Cuántos serán?  Ah, sí.  Parece que dice que tres.

Lerner cree que los chapines se equivocan al permitir que haya muchas expresiones políticas compitiendo por el poder; y -según creo yo- él ha de creer que un número reducido de competidores sería mejor.  Yo, en cambio, prefiero que haya los que tenga que haber y que la gente sea libre para decidir a quienes apoyar con recursos y con votos.  Y los que no reciban apoyo, que desaparezcan.  Pero que desaparezcan por voluntad de los ciudadanos y no por el diseño de expertos que creen saber más y mejor que la gente.

He aquí algo que escribí hace algún rato al respecto:

Es cierto que los partidos políticos chapines no son esas plataformas filosóficas y programáticas que funcionan como intermediarios entre quienes ejercen el poder y los gobernados.  Es cierto que son, o terminan siendo roscas de amigos y clientes, maquinarias electoreras, diseñadas para obtener un boleto en los comicios y controlar el poder, o influir en él.

Por un lado, y si aquel es el mal de fondo, el problema no es el número de partidos, sino la perversión del concepto mismo de partido.  A final de cuentas, los partidos son lo que son porque la demanda política no pide más.  Por otro lado, ¿quién puede pretender, arrogantemente, que tiene la información necesaria para saber cuál es el número ideal de partidos políticos en una sociedad cualquiera?

Sólo la demanda política sabe a qué partidos apoya  y por qué.  Sólo la demanda política sabe cómo apoya a los partidos y por qué. Sólo la demanda política sabe cuánto tiempo apoya a los partidos y por qué.  Y la demanda política está en cambio constante.  Los principios -si lo son- permanecen, porque son generales; pero lo que es circunstancial está en cambio y en movimiento contantes.

Es un error arrogante creer que podemos diseñar y construir, forzadamente,  instituciones para una sociedad, sólo porque las que hay no nos gustan.  Lo que sí podemos es persuadir a los miembros de la sociedad para cambiar el estado de cosas que no nos gusta.  Y en ese sentido, la educación de la demanda política juega un papel muy importante.  Por eso no se debe “poner el carro antes que el caballo”.  Una modificación positivista que impida la libre formación de partidos de todos los sabores y colores, y que obligue a algún tipo de consolidación artificiosa, será una falso remedio.  Lo será porque si no es precedida por las convicciones cívicas de una demanda política que ha aprendido de sus errores y que ha sido persuadida de que hay mejores opciones, aquella modificación no sólo será un fracaso, sino que servirá a quién sabe qué intereses.

Es posible que algunos planificadores arrogantes crean que el espectro político está compuesto por la izquierda, el centro y la derecha; o por los colectivistas y los individualistas; o por los conservadores y los liberales; o por “gases” y “cacos”.   Los “gases” y los “cacos”, por cierto, eran los motes que recibían los partidos realista e independentista en tiempos de la Independencia de Centroamérica; nomenclatura que cambiaría, poco después a “serviles” y “fiebres” para distinguir a conservadores  y liberales.

La creencia de que se puede fabricar un bipartidismo, o un tripartidismo para mejorar la calidad de la oferta política es una fantasía planificadora.  La calidad de la oferta política sólo va a mejorar -independientemente de cuántos partidos haya- cuando eso le importe a la demanda política.  No antes.

Adicionalmente, me llamó la atención algo que dijo Lerner sobre el mercado.  Lerner advierte contra un mercado en donde todo es ganancia.  Y como advierte contra eso, uno supone que según él, un mercado en donde todo es ganancia es indeseable.  La pregunta entonces, es, si a Lerner le parecería deseable, o bueno un mercado en el que todo sea pérdida (que es lo contrario a uno en el que todo sea ganancia). ¿Qué sentido tendría un mercado en el que todos perdieran?

Talvez la idea de Lerner no es tan radical, y prefiera un mercado en el que la ganancia de unos sea la perdida de otros, de modo que no todo fuera ganancia.  ¿Qué sentido tendria un mercado en el que unos ganaran a costa de otros?

La gracia de ese proceso que conocemos con el nombre de mercado es que en él, todos ganan.  Gana el que vende y gana el que compra, siempre que sus transacciones sean voluntarias y pacíficas, cosa que sólo puede ocurrir cuando nadie fuerza a la gente a tomar decisiones.  El intercambio, no es un juego de suma cero. Es decir, cuando no hay un arrogante que le dice a la gente qué debe ofrecer y qué no, ni a qué precios.

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