En los años 80, cuando yo empecé a ejercer el sufragio, tuve durante unas 3 elecciones seguidas una cercana participación en la fiscalización de mesas electorales. Dos veces en el Parque de la Industria, a cargo de sendas secciones de mesas; y una vez en el Liceo Guatemala, a cargo de todo el centro electoral.
En aquellos tiempos -cuando contribuía a entrenar a fiscales de mesas- de lo que se les advertía era contra fiscales que anulaban votos mediante el uso de lápices, crayones e incluso lápiz labial, que usaban para manchar las papeletas. También contra aquellos que dejaban ir colillas de cigarros en las urnas (que entonces no eran bolsas, sino cajas) y sobre otras formas burdas de anular votos. También eran comunes el robo de urnas, e incluso oí historias de diputados que, a la hora de que el Congreso hacía el conteo, hacían desaparecer urnas completas.
Pero aquello ocurría cuando se amarraba a los chuchos con longanizas; y ahora las cosas son menos evidentes. En los países donde se puede, la configuración amañada de los distritos electorales, o Gerrymandering es una práctica muy socorrida por el oficialismo, para conseguir resultados favorables. Aquí, entre nosotros, lo que parece ser la tendencia es el acarreo de votantes para fortalecer los distritos. Como los distritos no son físicamente modificables, lo que se modifica es la composición del electorado.
Recientemente, por cierto, se conoció que en cuatro distritos electorales hay más empadronados que adultos, y el acarreo podría ser una de las causas de este fenómeno.