Dígame si no le da en qué pensar: Los aspirantes a Contralor General de la Nación promedian 18 de 70 puntos posibles y ninguno llega a 30 sobre 70. Ahorita no tengo a la mano los datos; pero en el caso del Fiscal General, la situación es parecida. ¿Qué hacemos?
Cándido, mientras bebe su capuccino y con ironía, sugiere que importemos funcionarios; así como se hacía en el siglo XIX. Pero claro, luego uno mira cómo se comportan los funcionarios en otras partes del mundo y no dan ganas. Y uno mira lo que nos manda la ONU, y da rabia. Es que no es cuestión de nacionalidades…y ni siquiera de personas.
Lo que necesitamos, le digo al buen Cándido, es cambiar el sistema. A uno que impida la arbitrariedad, a uno que impida los privilegios y a uno que reduzca al mínimo el uso de la fuerza en las relaciones sociales. Uno a prueba de candidatos de a 18 puntos, y uno a prueba de los que se pasan de listos. Uno en el cual no sea tan imporante si el ejecutivo a cargo tiene 18, 30, o 70 puntos.
Mientras sigamos pensando que tenemos que encontrar al funcionario, o al candidato perfecto, para obtener al líder perfecto, estaremos actuando como ovejas a la espera del pastor perfecto. Quizás deberíamos buscar la respuesta en otro lado. A mí me gustaría un sistema como el de ProReforma; y definitivamente no me gustaría uno que dependa de la violencia. ¿Y a usted?
A proposito de lo que dice Candido de importar funcio
narios, ya tenemos uno D’Lanesse, en el area de justicia.-
Son compadres todos. Pero el sistema no cambiará si no cambia la cultura. Así que si bien es cierto que el problema no son las personas sino el sistema, el sistema es consecuencia de las personas — no las que gobiernan sino las que habitan todo este país. No habrá cambios políticos mientras no haya una demanda generalizada de cambio positivo, y no habrá esa demanda mientras la población no sea más educada y responsable.
Y para que la población se haga más educada y responsable hace falta décadas yendo por el camino correcto (no en el que vamos), así que acostúmbrense a la idea de que esto se va a poner peor antes de que se ponga mejor.
Yo entiendo muy bien su comentario, pero es que hay una cosa que no me queda clara: ¿cómo es posible cambiar el sistema sin cambiar a las personas que son elementos de ese sistema?
¿Existe acaso un sistema que por sí mismo “impida la arbitrariedad”, “que impida los privilegios y” “que reduzca al mínimo el uso de la fuerza en las relaciones sociales”? ¿Existe siquiera la posibilidad de uno?
¿O todo sistema social -¿acaso son otra cosa el legislativo, el ejecutivo y el judicial? ¿acaso es otra cosa un país?- depende en gran medida de la voluntad de las personas que lo integran o lo rodean?
Ojalá tenga respuesta para mi duda.
La democracia impide que se realice cualquier cambio en el sistema que no sea también un reflejo de los valores de la mayoría de los ciudadanos. Así que si la mayoría de los ciudadanos posee una cultura de dependencia e irresponsabilidad, el sistema político reflejará lo mismo.
Esto es lo que los proponentes de ProReforma no quisieron o no pudieron ver: que es imposible introducir reformas al sistema cuando los custodios del sistema son representantes de una población cuya cultura es hostil a dichas reformas.
Les propongo una hipótesis: si mudan a todos los guatemaltecos a Suiza y mudan a todos los suizos a Guatemala, en poco tiempo Suiza se volverá tan pobre y corrupta como Guatemala, y Guatemala se volverá tan próspera y civilizada como Suiza. Esto es válido aunque cada país conserve su respectivo sistema legal después del intercambio de poblaciones. No se trata del sistema legal porque las leyes son maleables y susceptibles a la deliberación democrática y porque las leyes tocan nuestras vidas esporádicamente. Lo que hace la diferencia entre Suiza y Guatemala es como se gobiernan a sí mismos los ciudadanos de cada país y las expectativas que tienen de sus vecinos y de su gobierno. Por eso es que países como el nuestro son pobres y seguirán siendo pobres por mucho tiempo. Por eso es que El Salvador, a pesar de todas sus reformas de libre mercado y su sistema político estable y su estado benefactor pequeño, no logra más que un crecimiento mediocre y un nivel de vida casi tan intolerable como el guatemalteco: porque no se trata tanto del sistema como de la cultura. No se puede hacer pan con piedras.
Tiene razón, Enrique. Es necesario que haya modifiquen el sistema; pero lo fundamental es el sistema. Por ejemplo, para componer la educación para los más pobres no hace falta un ministro que sea honrado y pedagogo. Lo que hace falta es uno político que elimine el monopolio estatal de la educación. Para que haya justicia no es suficiente que haya jueces decentes; tiene que haber un sistema de normas generales y abstractas, y se debe juzgar con objetividad. Las personas son indispensables para el cambio, claro; pero las personas buenas van y vienen. Para que el bienestar sea posible es necesario un sistema que funcione independientemente de las personas que estén temporalmente a cargo. En la práctica seguramente no hay un sistema perfecto; pero hay sistemas mejores y peores. El que tenemos es de los muy malos; y hay propuestas de mejores, y a mí la que me gusta es la de ProReforma. Saludos
Hola Carlos, yo no creo que sea cultural en sentido determinista y claro que no se trata de mover una población de un sistema de normas a otro. La cultura evoluciona y cambia, como lo hacen las ideas prevalecientes y las preferencias de las personas. Como cambian las instituciones. Si creemos en el determinismo, pues no hay nada que hacer. ¿Qué sentido tendría escribir acerca de estas cosas, si no fuera posible evolucionar y cambiar? La tarea es dura, claro, pero emocionante. Podemos contribuir a cambiar las ideas prevalecientes y tratar de movernos hacia una cultura de respeto a los derechos individuales y a la igualdad de todos ante la ley; o resignarnos a que “así somos” y no hay nada que hacer. Saludos
LuisFi, estoy de acuerdo contigo. No se trata de encogerse de hombros pero sí de ser realistas sobre la situación porque de lo contrario pasamos por alto las verdaderas causas y perdemos la fe en la libertad.
Recuerdo cuando en mi país, El Salvador, se pregonaba el liberalismo económico como la panacea que iba a fomentar un crecimiento económico como el de Chile. Cuando a pesar de muchas (buenas) medidas liberales el desarrollo no vino, la gente culpó al “neoliberalismo” como un fracaso y empezaron a buscar otros modelos o sistemas que desarrollaran al país. Como sabes, somos la región de los modelitos pero invariablemente ninguno funciona, porque como pasa con cualquier programa: garbage in, garbage out.
La libertad funciona bien en sociedades de personas que saben gobernarse a sí mismas. Este proceso empieza por la reeducación cívica y moral de nuestra gente. Empieza por reconocer que el culpable de nuestro subdesarrollo es la persona en el espejo. Eso de que “nos gobiernan mal” es una excusa inútil que ignora que quienes nos gobiernan son representantes legítimos del pueblo.
No es el gobierno sino nuestro vecino que es impuntual, sucio, irresponsable, informal, tramposo, delincuente, etc. Arreglemos los valores de nuestros vecinos y de nosotros mismos (en suma, la cultura) y arreglamos a Guatemala.