Lo triste es que no debería de extrañarnos: Las ruinas de la cuna de la cultura maya están en peligro de destrucción por saqueo; y El Mirador, la que fuera la ciudad más grande de los mayas -en el reino Kan-, allá por 600 a.C. está por llegar a un punto de destrucción irreversible.
Afortunadamente tuve la oportunidad de visitar el reino Kan en 2005 y de vivir ahí, junto a la mejor compañía, una aventura extraordinaria. En diciembre de ese año volamos a Flores, Petén, y ahí nos estaban esperando 2 vehículos que nos internaron en la selva hacia la población de Carmelita donde desayunamos.
Al concluir los alimentos, un equipo de lugareños -integrado por el guía Darwin, la cocinera Gladys, un ayudante y dos muleros- nos tenía preparada la recua de 12 mulas que nos llevaría por dos días y medio hasta El Mirador. Y así agarramos camino.
Nos enlodamos hasta dentro de las orejas, dormimos en un campamento de chicleros y en otro que olía a orines de serpientes. Vimos huellas de jaguar y oímos a esos magníficos felinos una noche. Comimos el mejor pollo frito que he saboreado en mi vida. Vimos la osamenta de una mula que fue atacada por abejas y mi sobrino sacó una tarántula de su zapato. En la única noche que vimos el cielo, este era tan estrellado que no pudimos identificar las constelaciones. Una noche dormimos entre el agua y bajo un aguacero. El vino no faltaba para la cena, y los panqueques se sentían deliciosos en el desayuno. Dos veces me caí de la mula porque la silla de montar no estaba bien apretada. Atravesábamos bajos en los que el agua nos llegaba hasta la cintura, y pasábamos sobre lodo que, al pisarlo, despedía nubes, ¡nubes! de insectos. La lluvia sólo de oía, porque la espesura de la selva no dejaba que llegara hasta nosotros en el suelo. A ratos, no había nada más que verde, verde, verde, y más verde. A ratos había un sol que abrazaba, a ratos la humedad mantenía mis anteojos nublados y a ratos todo era tan fresco y tan rico.
¿Cuál fue mi experiencia más dramática en esa aventura? Pues…iba yo montado en mi mula durante el segundo día del viaje, pensando: What possessed me?, cuando vi que por mi izquierda se aproximaba hacia mí una hoja llena de espantosas arañitas negras con rojo. Con un movimiento como de la película Matrix me incliné hacia la derecha y logré evadir el conglomerado repugnante de arácnidos. Entonces, con la mano izquierda me quité los anteojos y con el dorso de la mano derecha me sequé el sudor que caía sobre mi ojo izquierdo. Y fue, entonces, cuando una hoja quedó atrapada entre el dorso de mi mano y mi ojo, así que sentí cuando aquella se frotó contra mi piel. Momentos más tarde empecé a sentir calor y ardor alrededor de mi ojo izquierdo. Y el calor y el ardor empeoraron. Y pensé: Voy a perder el ojo. Ahí estaba yo, a dos días de la población más cercana, en medio de la jungla, y me iba a quedar tuerto. Pero el guía, Darwin, me dijo que seguramente no perdería el ojo y me lo lavó con agua abundante. Y bueno, yo seguí montado en mi mula hasta que las molestias desaparecieron. No sin que antes yo me imaginara como el pirata cojo y con parche en el ojo de Joaquín Sabina.
Con todo y todo, la sensación de gozo y triunfo al haber llegado hasta allá en mula y caminando, sólo es superada por la intensidad de lo que se siente cuando uno está viendo la pirámide de La Danta, desde la pirámide de El Tigre, y tiene a sus pies el inmenso mar verde que es la selva. Todo ello envuelto en la luz del atardecer y el olor a copal.
Que bueno que fuimos porque a como van las cosas, quizás ya no haya El Mirador para rato. Hoy sabemos de que a pesar de proyectos megalómanos como Cuatro Balam, la abulia, la ineptitud y la guerra contra las drogas podrían acabar con el reino Kan. El Mirador, ahora, está en el reino de la impostura en el que estamos sumidos los chapines.