Hoy, una lectora de Prensa Libre se queja así: Debo a la comuna capitalina un trimestre y otro que está por vencer, por lo que llamaron a un vecino a su celular, pues porque tiene el mismo apellido dedujeron que era de mi familia. La llamada fue para decirle que yo era una persona morosa y que debía ponerme al día. Me parece una falta de ética y un abuso. Si llaman para cobrar, deben hacerlo a la persona indicada.
Comparto el sentimiento de la víctima de este abuso, mismo que constituye un ejemplo del poco respeto que los dioses del Palacio de la Loba tienen por las personas. Sobre todo, a sabiendas de que los arbitrios y los impuestos pesan desmedidamente sobre las menguadas economías familiares de los chapines, en parte por una crisis económica de dimensiones globales, y en parte por las políticas económicas asfixiantes de por aquí.
Cuando un banco, o un emisor de tarjeta de crédito toma la medida extrema de publicar los nombres de las personas morosas, y sus cobradores las llaman de manera grosera, no deja de ser chocante y ofensivo, especialmente porque muchos morosos lo son debido a las circunstancias citadas arriba. Empero, quien le debe a un banco, o a un emisor, ha recibido dinero de ese banco, o han comprado cosas con el crédito facilitado por el emisor; y, además, firmó un contrato de forma voluntaria y pacífica, en el que se comprometía a pagar en ciertas condiciones, y en ciertos plazos. La coersión está ausente de la relación contractual. Ni los bancos, ni los emisores de tarjetas obligan a los clientes a hacer uso de sus servicios.
Todo lo contrario ocurre con los arbitrios y los impuestos. Estos le son cargados por la fuerza al tributario. Nunca hay un acuerdo pacífico y voluntario. Al tributario no le queda más opción que someterse a la imposición. Aveces, ni siquiera usa los supuestos servicios por los que se le cobra; y generalmente, si los recibe, no son de su satisfacción. Muchas veces, los arbitrios y los impuestos que se le cobran son usados para propósitos que él tributario no elegiría voluntaria, ni pacíficamente si tuviera la posibilidad de elegir. Pero no la tiene. Los arbitrios y los impuestos no son más que dinero ajeno tomado por la fuerza y destinado políticamente a propósitos que sus legítimos propietarios no elegirían si tuvieran la posibilidad de hacerlo. No es casualidad que la palabra arbitrio sirva para designar a los impuestos que cobran los municipios y que también sirva para referirse a una voluntad que responde al capricho, y no a la razón. Igualmente no es casualidad que la palabra impuesto se refiera a imponer y que esta tenga relación con cargas y temor.
¡Y encima!, encima los publicanos humillan a los tributarios que no pueden pagar. No hay derecho.