Estoy convencido de que el avance de la humanidad, y su mejor forma de aprendizaje, son un largo proceso de prueba y error. A veces damos tres pasos para adelante, y cuatro para atrás; pero a la larga no se pierde si aprendemos de los errores, y porque perder por conocer, no es perder. Verá, usted, que la historia política reciente de Guatemala ilustra muy bien aquel largo proceso de aprendizaje.
En el primer período presidencial, luego de la Constitución de 1985, los chapines eligieron como emperador a un muchacho de barrio, bastante hiperactivo, que, abanderado del socialcristianismo, hizo de su administración una parranda de cinco años. A él le sucedió un advenedizo que trató de hacer las de Fujimori y a quien hubo que sacar a cinchazos. El tercero de esta etapa fue sólo para pasar el aguacero y, anodino, como pocos, concluyó sin pena ni gloria.
El cuarto período presidencial, de esta etapa, fue el del aristócrata arrogante que sabe mejor que nadie lo que es bueno y que no duda en hacer berrinches y pataleos si no se hace su voluntad. Como reacción a tanto encumbramiento, los electores chapines optaron por un matón con sombrero, botas y todo; y el pobre se mareó tanto de vivir en la zona 14 que terminó fugitivo en México. Eso porque allá había pasado sus años de revolucionario y a pesar de que allá es donde debía unos ayotes.
El sexto período presidencial fue para el bonachón. Arrastrado a la presidencia por la falta de algo mejor, el actual jefe de la administración vino, vio, y pasó, con cantos de grillos como música de fondo.
En aquella importante tradición de la prueba y el error, el chapín promedio va a saborear, ahora, una fórmula diferente: la de la socialdemocracia pelada. Digo pelada porque, en realidad, Guatemala siempre ha sido una socialdemocracia. Aquí, los intereses colectivos siempre han privado sobre los derechos individuales; los impuestos sirven para redistribuir la riqueza, o para moralizar; el estado se reserva muchos monopolios como el del seguro social y el de la educación pública; la Junta Monetaria diseña y controla la macroeconomía; y bueno…uno puede seguir enumerando características que no son propias de una sociedad libre y que dibujan una sociedad inclinada hacia el socialismo.
Claro que aquella socialdemocracia no ha sido expresa; pero aquí ha estado siempre, al servicio de quienes tienen la posibilidad de usar el poder en su beneficio propio. Y ahora, en manos de un empresario progre y de un médico chispudo, los chapines tendremos la oportunidad de experimentar sin inhibiciones.
Lo bueno de todo esto es que, en la política guatemalteca, vivimos un período de desplome de ídolos con pies de barro. Tal fue el caso de la memoria de Jacobo Arbenz, cuyo hijo obtuvo 1.52% de los votos en su oportunidad; o el del difunto guerrillero, Rodrigo Asturias, que sólo consiguió 2.58 de los sufragios. Por cierto que, en aquella elección iconoclasta, también cayó el mito de Ríos Montt, que fue favorecido por un magro 19.32% de los electores. Y en 2007 Rigoberta Menchú y los otros dos candidatos exguerrilleros, no juntaron ni el 6% de los votos válidos.
Los triunfadores, Colom y Espada, tienen la oportunidad de hacer realidad los sueños más salvajes de los socialdemócratas, de los socialcristianos, de los socialistas reales y de otros revolucionarios y reformadores; y ojalá que lo que hayan de hacer lo hagan pronto. Que la agonía no dure cuatro años. Que ofusquen al máximo la fatal arrogancia del colectivismo y que pasado el primer año de desmadres, retornen la razón y el buen juicio. Así, se desplomará el ídolo con pies de barro que es la “nunca antes probada socialdemocracia chapina”.
Publicada en el diario Prensa Libre, el sábado 5 de enero de 2007