Este soy yo, en la ciudad maya de Waka´-El Perú, en la Reserva de la Laguna del Tigre, Petén. La foto viene al caso porque el jueves 8 de marzo, alas 6:30 p.m. el arquéologo Héctor Escobedo dictará una conferencia sobre las tumbas reales en aquella urbe. La conferencia será en el Museo Popol Vuh, de la UFM.
El centro prehispánico de El Perú, Petén, emerge poco a poco como un actor estratégico en la historia política del mundo maya clásico. Después de cuatro temporadas de investigación arqueológica, se empiezan a entender la historia y los programas constructivos de los gobernantes locales. Las excavaciones de 2006 dieron lugar al descubrimiento de tumbas espectaculares, con vasijas policromas, figurillas cerámicas, y artefactos de jade y concha del periodo clásico tardío (550-820 DC). La extraordinaria calidad de estas suntuosas ofrendas funerarias sugiere que los restos humanos a los que acompañan corresponden a individuos de la realeza. En esta conferencia, el codirector del Proyecto Arqueológico El Perú-Waka’ dará a conocer el hallazgo y el contenido de tales tumbas, y su interpretación de la enigmática identidad de sus ocupantes, de cuyos reinados no se han hallado registros escritos. El Doctor en Antropología Héctor Escobedo ha realizado investigaciones en sitios arqueológicos tan importantes como Piedras Negras, Kaminaljuyú, Dos Pilas y San Bartolo. Es autor y editor de numerosos libros y artículos, enfocados principalmente en la arqueología y la escritura jeroglífica de las tierras bajas mayas.
Actualización: esta es la columna que publiqué cuando viajé a Waká:
Mi primer viaje a la selva fue por medio de las páginas de La Mansión del Pájaro Serpiente; y años después, con los orquideólogos de verdad, tuve la oportunidad de visitar los bosques de las verapaces y de la costa sur, en varias ocasiones.
No soy ecohistérico, pero como me gustan los huevos de parlama y la sopa de tortuga, estoy absolutamente convencido de que la felicidad humana está mejor servida si conservamos a los quelonios, que si permitimos que se extingan. Y quien dice tortugas, dice cocodrilos, jaguares, y otras especies de fauna y flora.
Además, soy de esos que se emocionan si pueden probar la quinina directamente del arbol y si pueden oler el copal recién extraido de la corteza. Ya no digamos si puedo caminar por una ciudad maya, rodeada de lianas, guacamayas y monos. Eso sí, que nadie me diga que no puedo usar el aire acondicionado, o que no puedo comer Whoppers dobles con queso y tocino.
¿Donde puede uno disfrutar de todo aquello, con exepción de la hamburguesa, los huevos y la sopa? Pues en en el parque nacional Laguna del Tigre. Más exactamente en la estación biológica Las Guacamayas, donde efectúan un valioso trabajo de conservación, y en el sitio arqueológico El Perú.
¡Chispas!, donde convergen los rios San Pedro y Sacluc, la vida se aprecia desde un nuevo punto de vista. Se aprende, también. No sabía, por ejemplo, que las guacamayas viven hasta 80 años y que son muy difíciles, aunque no imposibles, de reproducir artificialmente. Principalmente porque para averiguar su sexo era necesaria una operación quirúrgica, hasta que la tecnología mejoró y ahora se envían muestras de sangre a laboratorios especializados en Estados Unidos.
Aprendí que hay mujeres campesinas que en la selva cultivan hierbas medicinales para vender, y que con ello cuidan el ambiente y sus recursos naturales renovables. Claro que nadie saldrá de pobre si no empacan aquellos productos en bolsitas elegantes de papel reciclado, y si no les ponen una marca atractiva para venderlas en Nueva York, San Francisco y Dallas. Valor agregado que le dicen; pero Roma no se constuyó en un día.
Comprobé, con tristeza, que El Perú fue totalmente saqueado antes de que los arqueólogos pudieran excavarlo y estudiarlo científicamente. Lo que ahí queda es lo que no quisieron llevarse los depredadores; pero a pesar de ello, hay magia en sus plazas.
La conservación del ambiente y de los animales y plantas que viven de él, no debe reñir con los intereses y necesidades de las personas. Por eso es que en Kenya (donde está prohibida su caza) se están acabando los elefantes, y en Zimbabwue (donde está permitida su caza de forma racional) la población de paquidermos es estable. Y no aumenta, sólo porque el comercio del marfil está vedado en el mundo, lo cual desincentiva a quienes tiene que criar a aquellos gigantes.
A la larga, no debería haber conflicto entre los intereses de conservación y los de progreso y de abandono de la pobreza. Hay, eso sí, que entender las necesidades de las partes involucradas, actuar con responsabilidad e invertir en educación y tecnología.