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La arena que lanzó, anoche, el
Volcán Pacaya está en todos los rincones de la ciudad de Guatemala. En algunos lugares parece una alfombra de terciopelo negro; en tanto que en otros es una mezcla de arena, agua y lodo. Los trabajadores de la Municipalidad están limpiando desde temprano; y aunque las clases fueron suspendidas, algunos niños llegaron a las escuelas.
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Yo nunca había visto algo así. Cuando vivía en Costa Rica,
c. 1963, hubo una erupción importante del
Irazú, pero no la recuerdo para nada; empero, mis padres contaban que todo estaba cubierto de cenizas. Luego, en 1998, el Pacaya hizo lo mismo que ahora, pero en ese tiempo yo
estaba estudiando en la University of Maryland, y sólo recuerdo que, cuando regresé -unos meses después de la erupción-, había arena en muchos rincones de mi casa.
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En medio de la incomodidad, y de lo que sin duda ha sido una tragedia en algunos hogares, el humor chapín no se hizo esperar. La mara dice que c
on Los Colom ya la estábamos viendo negra, y ahora el Volcán de Pacaya puso su grano de arena. Este tipo de humor no me extraña porque, para
el terremoto de 1976, que dejó cerca de 23,000 muertos, también hubo un chiste célebre. En la televisión había un anuncio de insecticida en el que una ama de casa lo rociaba en la cocina, mataba a todas las cucarachas y preguntaba con voz de bóveda:
¿Queda alguna cucaracha que decir? Y entonces el chiste era que,
luego del terremoto se abría el cielo y una voz como de trueno preguntaba: ¿Queda alguna cucaracha que decir?
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