A mí me gustan las fiestas; y si son de disfraces, ¡mejor! Por eso me gusta el Halloween. No porque sea adorador de Satanás, ni nada parecido.
Me gusta, además, porque de niño disfrutaba mucho eso de ir de casa en casa pidiendo dulces. Claro que ahora la inseguridad le ha quitado encanto a esa práctica; pero recuerdo con mucho cariño mis noches de Trick, or Treat, que los chapines hemos convertido en Trico Trico, o en algo parecido. Esa mala traducción le ha quitado sentido a la frase que, en realidad, significa que si no quieres que te haga un encantamiento, tienes que darme una golosina…o algo parecido. Yo me siento incómodo con otras formas de extorsión; pero no creo en los encantamientos y entiendo que esto no es más que un juego.
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Claro que nunca faltan los patanes que manchan puertas y paredes; pero eso es otro par de zapatos que tiene que ver con la falta de educación, no con la naturaleza lúdica de la fiesta.
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Ahora está de moda quejarse del Halloween porque es cosa del diablo, queja que me parece tan absurda como el tema de los encantamientos. ¿Qué de diabólico puede haber en un montón de críos pidiendo dúlces? El hecho es que eso es lo único que les importa a los niños. ¿Y a los grandes? Pues a los grandes nos gusta la parranda…¿y qué? El diablo no tiene que ver con el placer, ni con la alegría, sino con las llamas y el olor a azúfre.
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También está de moda quejarse del Halloween porque es una fiesta extranjera. ¡Como si nuestras fiestas más características no fueran extranjeras! La Navidad y la Semana Mayor las trajeron los curas españoles a fuerza de hierro y pólvora. Y lo mismo se puede decir de la Fiesta de Todos los Santos y de la del Día de los Muertos. Y nadie se quejó cuando la Semana Mayor fue declarada Patrimonio Nacional, ¿o sí? Además, ¿cuál es el criterio para decir qué fiesta es nuestra? ¿Quiénes somos nosotros? Todo esto es un disparate.
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El Año Nuevo, en el primer día de enero, es una fiesta extranjera; la fiesta de Esquipulas, en enero, no es más local que la Navidad y la Semana Mayor; el 1 de mayo conmemora una masacre en los Estados Unidos de América; El 30 de junio celebra la Revolución enraizada en el constructivismo francés; el 15 de agosto (y todas las fiestas patronales) tiene sus orígenes donde los tienen el 25 de diciembre y el 15 de enero; el 15 de septiembre ocurre en el contexto inminente de la independencia mexicana; el 20 de octubre ocurre en el contexto de la Carta de las Cuatro Libertades, de los Aliados, y en el del derrocamiento de Maximiliano Hernández, en El Salvador; y así nos podemos ir fiesta con fiesta. Y las fiestas mayas, ¿cómo sabemos que no tienen orígenes olmecas, toltecas, o teotihuacanos? ¿Hay algo que sea 100% puro chapín? ¿Qué es ser 100% chapín?
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La búsqueda de la pureza cultural, así como la de la pureza étnica, es una quimera más espantosa que cualquier niño disfrazado y con sobredosis de azúcar. En vez de enconcharnos en la aldea, o en la parroquia, seguramente sería mejor que nos enriquecieramos con las experiencias culturales que nos ofrece este mundo que es un pañuelo. ¿Por qué no? Mientras más fiestas y más alegría, mejor.